Gazeta de Antropología, 2008, 24 (1), artículo 18 · http://hdl.handle.net/10481/7062 Versión HTML  ·  Versión PDF
Recibido 25 febrero 2008    |    Aceptado 2 mayo 2008    |    Publicado 2008-05
Inseguridad, poder y biografía en un contexto barrial. El caso de Carabanchel
Crime, power and biography in an outlying district: the case of Carabanchel, Madrid



RESUMEN
En el presente artículo voy a abordar la relación existente entre las posiciones discursivas en relación a la (in)seguridad de ciertos agentes pertenecientes a un entorno urbano (el distrito de Carabanchel, en Madrid) y las negociaciones de poder establecidas en su contexto local. A partir de la información etnográfica producida, planteo el vínculo existente entre las representaciones negativas del lugar y la aparición de los discursos sobre la inseguridad. En el texto destaco el papel activo de las distintas personas que vivencian Carabanchel en la resignificación y actualización de dicha temática en función de los propios cambios biográficos y sociales.

ABSTRACT
In the present article I examine the relationship among the discourses about the (in)security of some agents living in a specific urban setting (the district of Carabanchel, in Madrid) and the negotiations of power established in their local context. By analysing ethnographic information produced, I raise the existing link between the negative representations of the place and the emergence discourses on insecurity. In the text I emphasize the active role of different people who experience Carabanchel in the re-signification and the updating of this subject in biographical and social changes.

PALABRAS CLAVE
Carabanchel | Madrid | inseguridad | barrio periférico | escasez
KEYWORDS
Carabanchel | Madrid | lack of safety | slum | shortage


Introducción

La ciudad, y particularmente algunos de sus barrios, suele ocupar en el imaginario social una posición caracterizada por sus significados negativos, relacionados con la alienación, la falta de solidaridad y la violencia. En el contexto del Estado español, en los últimos años han proliferado esas representaciones de las grandes ciudades como peligrosas, pasando a extenderse el valor de la seguridad entre amplias capas sociales en detrimento de otros valores anteriormente en auge, como el de la igualdad. Estas descripciones negativas del entorno urbano son empleadas de igual modo entre distintos agentes independientemente de su posición política o ideológica, y van cobrando formas nuevas con el paso de los tiempos y el cambio de los sujetos protagonistas (la inmigración se ha convertido en el nuevo foco del discurso del miedo).

El presente artículo nace de la necesidad de plasmar de manera más o menos sucinta los principales resultados de la investigación que entre los años 2005 y 2006 llevé a cabo en el distrito madrileño de Carabanchel. En dicha investigación traté de vincular las representaciones negativas de este espacio, formuladas dentro y fuera del distrito por los medios de comunicación, las instituciones y los habitantes de la ciudad, con los discursos sobre la “inseguridad ciudadana” que acontece en sus calles. Mi propósito consistía en arrojar luz sobre el análisis de las condiciones sociales que operan bajo la emisión de dichos discursos.

El objetivo de la investigación consistió en localizar las distintas posiciones sociales ante la (in)seguridad en Carabanchel, en suministrar contexto a la extensión de las representaciones protagonizadas por la inseguridad y en analizar el papel que juegan dichas representaciones en la reproducción del orden social local. El concepto de partida que utilicé para indagar en las posiciones relativas de los actores a la hora de expresar una sensación propia (o un retrato del entorno) relacionada con el miedo, la intranquilidad, la desconfianza, o sus opuestos, es el de “seguridad ciudadana”. Este concepto, manejado en los discursos de la política profesional, del periodismo y del ámbito judicial-policial, ha traspasado esas barreras y se ha introducido en el imaginario popular como prioridad social. El carácter institucional de este concepto le dota de una pretensión de objetividad socialmente compartida que, en último término, puede ser cuantificada. Así es cómo en los medios de comunicación se pueden leer o escuchar datos acerca del número de delitos en una ciudad a lo largo del año, induciendo la impresión de que existe, o debería existir a partir de la toma de conocimiento del dato, una relación directa entre el mismo y la sensación de inseguridad.

Sin desdeñar las resonancias que los “discursos de la inseguridad” emitidos desde los ámbitos institucionales y mediáticos puedan provocar en las narraciones orales de los habitantes de Carabanchel, ni desestimar las consecuencias de la experimentación directa de situaciones violentas sobre sus propias prácticas corporales relacionadas con el miedo, quiero destacar que he situado mi atención sobre el papel activo en la emisión de discursos acerca del miedo y la peligrosidad por parte de las personas del propio entorno. Algunos de estos discursos transmitían espontáneamente, y en primera persona, emociones relacionadas con la incertidumbre, e informaban sobre prácticas cotidianas creativas en relación a la desconfianza en el ambiente. La estrategia contenida en su emisión parecía corresponderse con la del desplazamiento al entorno de ciertas sensaciones de vulnerabilidad desencadenadas por alguna pérdida de autonomía (material o simbólico-afectiva). Sin embargo, en el trabajo de campo accedí a otro tipo de discursos más elaborados que no daban cuenta de esas sensaciones íntimas de miedo de sus emisores, sino que poseían una vocación pública y como tal, respondían a otro tipo de estrategia relacionada, esta vez, con los posicionamientos identitarios. Este segundo tipo de discurso no se puede interpretar como una reproducción mimética de los “discursos de la inseguridad” autorizados, sino más bien como una reapropiación y una resignificación de los mismos para aplicarlos a su propia realidad local. Así mismo, y dentro de este segundo orden de discursos (identitarios), me he topado con otras alocuciones que transmitían, de manera también estereotipada, representaciones del barrio como seguro, u otras que situaban el foco del peligro en actores distintos a los propuestos generalmente en los medios (como en la policía). El manejo de todo este repertorio discursivo guarda relación con la temática de la “inseguridad ciudadana” como formación ideológica.

Se entiende por inseguridad ciudadana, en los discursos autorizados, todo aquello que, transgrediendo la norma social (ya esté ésta codificada, o sin codificar en forma de ley), atente contra la integridad física y moral de las personas y sus bienes, y contra los derechos de propiedad de dichos bienes. Uno de los propósitos de la investigación fue indagar en la relación entre las representaciones de la inseguridad o de la desconfianza hacia el entorno (o algunos elementos del entorno) y el concepto normativo de “seguridad ciudadana” al que me he referido (observando si entran en el campo de la inseguridad algunas acciones y acontecimientos no codificados legalmente y si, por el contrario, aquello que es considerado como inseguridad ciudadana por el discurso dominante, no es interpretado como tal por los distintos agentes de un área de la ciudad). Por eso, el concepto de “seguridad ciudadana” al que me he referido resultó útil, únicamente, como punto de partida, como fuente de evocación para los actores con los que realicé el trabajo de campo, quienes habían entrado en contacto ya, en mayor o menor medida, con esa imagen estereotipada de la seguridad / inseguridad, aunque fuera para resignificarla.

Esta puesta a prueba de la relación entre las nociones de “seguridad ciudadana” manejadas en los discursos expertos y en el de los habitantes de un lugar, Carabanchel, no era sino el pretexto para profundizar en lo que simbolizan los discursos sobre el miedo o sobre la confianza. La realización de la investigación en un formato etnográfico permitió rastrear en las sensaciones íntimas de miedo y de confianza, indagando en la naturaleza de sentimientos socialmente construidos que van a condicionar la relación con el entorno. Pero el éxito en la detección de esos sentimientos íntimos tiene serias limitaciones incluso para una metodología, como la etnográfica, que profundice en los significados menos evidentes de los discursos y de las acciones. Los sentimientos, y especialmente aquellos relacionados con el miedo y la confianza, quedan más o menos ocultos bajo los envoltorios de la presentación social de la persona. Es por ello por lo que preferí otorgar mayor importancia al potencial práctico de los discursos, su funcionalidad estratégica, con arreglo a fines conscientes o inconscientes, y aplazar para futuras indagaciones en el campo la observación detallada de las prácticas cotidianas relacionadas con los temores.

La (in)seguridad puede ser interpretada en términos distintos a los propuestos por el discurso institucional y mediático de la “seguridad ciudadana”. Las posiciones relativas, y la trayectoria de las mismas, de los agentes del barrio con respecto a otros actores en espacios sociales (la cultura, el barrio, el empleo, el grupo profesional, el mercado sexual, etc.) y en la estructura social (en función de la clase social, del género, de la edad, de la posición ideológico-política, de la etnia, etc.), parecen condicionar la transmisión de una visión de la realidad como más hostil o como más amable. Los sentimientos de inseguridad y de seguridad personal, fraguados en las relaciones familiares, laborales, de amistad, de pareja, etc. pueden estar detrás de las representaciones del entorno como confiable o desconfiable, por lo que se prestó especial atención a los aspectos biográficos de los actores con los que se investigó, sin perder de vista, por ello, esa dimensión estratégica del discurso a la que he hecho referencia. La posición de poder relativo en el itinerario biográfico pasó a ocupar un papel protagónico en el curso del trabajo de campo a partir de algunas entrevistas que resultaron clave, algo que se va a desarrollar en el análisis que presento.

 

El lugar

La ciudad de Madrid no parece alejarse del contexto sociocultural global en el que emerge la construcción de la inseguridad a la que se refieren distintos estudiosos de las ciencias sociales (Bauman 1998a, 1998b y 2001, Beck 1986, Caldeira 2000, Davis 1990, Low 2004, Wacquant 2001) (1). Carabanchel, como distrito (barrio para sus habitantes) caracterizado en múltiples ocasiones como inseguro, se constituye en un enclave propicio para la observación del problema “global” atendiendo a las manifestaciones locales particulares.

El espacio de la ciudad, si bien no es el único espacio urbano, tal y como señala Manuel Delgado (2), es el espacio por excelencia de las tecnologías puestas en marcha por el Estado (y en su caso, otras agencias con posibilidad de intervenir y configurar la realidad socio-espacial) por medio de lo que Soja (3) designa como territorialidad, es decir, las operaciones de inclusión y exclusión puestas en marcha por las agencias detentadoras de mayor poder a través de la soberanía, la propiedad, la disciplina, la vigilancia o la jurisdicción (4). Estas operaciones políticas de inclusión y exclusión podemos detectarlas en la construcción histórica de Carabanchel como un lugar socialmente periférico y atravesado por la escasez. Estos rasgos se manifiestan, por ejemplo, a saber; en la anexión de los “Carabancheles” (“Alto” y “Bajo”) a la capital a mitad del siglo XX, pasando a depender más aún de un centro; en su designación, en la misma época, como lugar que acogerá una gran cárcel; o en la configuración, durante décadas, como un barrio de viviendas para las clases más desfavorecidas y relativamente infradotado de recursos culturales, educativos, sanitarios y de servicios sociales. Este tratamiento históricamente desventajoso de Carabanchel, por parte de los poderes públicos, ha contribuido fuertemente a generar una imagen devaluada del barrio en relación al conjunto de la ciudad, imagen reforzada por la visión transmitida por otras agencias, como los medios de comunicación (que centran su atención, principalmente, en los “sucesos” del distrito) o los propios habitantes de la ciudad.

Pero más allá del grado de eficacia de las tecnologías practicadas por las agencias de mayor poder en lo concerniente a la configuración de un espacio totalmente controlado y a un orden completamente disciplinado, existen otras vías interpretativas que consideran que lo urbano puede ser también el espacio de las posibilidades, de la inoperancia del control y de las prácticas de espacialización (de Certeau 1980: 103-122, Delgado 1999: 34-35). Vamos a poder apreciar cómo la posición subalterna en el sistema urbano madrileño de Carabanchel no es sólo el fruto de las dinámicas socioeconómicas y de las visiones dominantes (medios de comunicación, principalmente), sino que es también una posición confirmada por buena parte de sus habitantes a través, entre otros, de los discursos sobre la inseguridad de sus calles. Al mismo tiempo, podremos apreciar cómo esa subalternidad es resignificada por ciertos actores en la construcción de discursos identitarios que dignifican el barrio.

Carabanchel, al igual que Vallecas, posee una identidad diferenciada dentro de Madrid. Su nombre, evocador de imágenes como la de la famosa cárcel que albergaba, tiene un potencial aglutinador como pocos nombres de barrios en Madrid, y alrededor del mismo se adscriben diversas personas que caracterizan su barrio como periférico y escaso. El carácter periférico es tanto más vivenciado cuanto más se valora aquello que contienen las zonas céntricas de la ciudad (oferta comercial y cultural, habitat de personas socialmente valoradas…).

En una entrevista en la que tanteé la posibilidad de finalizar, ya que el entrevistado (policía) había recibido una llamada en la que se le requería en otro lugar, el propio informante trató de evitarlo aduciendo como motivo mi propio desplazamiento (“ya que has venido hasta aquí”). Parece que mi lugar social (como investigador) estaba lejos del barrio, en el centro, o en un centro. Pero si hay alguien que valora de manera especial la centralidad, estos son jóvenes de nivel de instrucción superior. Durante una entrevista realizada a personas de ese perfil social se destacaron la densidad comercial y de transportes como objetos de mayor valoración de su propio barrio (Vista Alegre, el centro de Carabanchel). Precisamente, lo que estos jóvenes valoraban de Vista Alegre era su centralidad en el subsistema de Carabanchel (por su densidad comercial y demás recursos de consumo privado, como colegios privados), simbolizada por la Plaza de Vista Alegre, una gran superficie comercial de una marca de relativo prestigio con un pabellón de eventos deportivos y musicales que acogía espectáculos de relevancia cultural. La inserción de Carabanchel en el circuito de de la cultura global a través de la Plaza era señalado como un hito por estos informantes, precisamente por el autoconcepto barrial de perifericidad. Por otro lado, la alta valoración de los transportes que comunican con el centro no hace sino corroborar la necesidad de moverse al centro.

Y es que periféricoremite a escasez. La escasez se refiere a la exclusión relativa de los beneficios materiales y simbólicos que se generan en otras partes de la ciudad. Quienes mayor conciencia de escasez parecían mostrar eran precisamente aquellos que, como estos jóvenes universitarios, tenían otras referencias sociales con las que compararse y a las que aspiraban a acercarse a través de la inversión en capital académico y social

- B. Trabajaba, en una tienda de buceo, pero eran todos, todos clientes españoles, todos muy…, pues el buceo es un deporte muy caro, y todos eran los típicos “¿Y tú por donde vives?, (…), ¡Ah, en Carabanchel, por Pan Bendito, por la cárcel!”, o sea, cosas muy marcadas por las cuales, Carabanchel, sinónimo de cárcel, Pan Bendito y poco más, o sea, a ver, ¿qué más tenemos por aquí? (Risas).
- S. Vosotros.
- B. Entonces, siempre lleva una cosa a la otra, es como un enganche, y no es positivo, es negativo. Pero es que esto de tener mala imagen por donde tú vives, yo creo que eso está mal. Que sí es así, lamentablemente sí es así, hay muchas personas que dicen -¡Ah, pues esta vive acá!-, pues mira, que está mal, pero lamentablemente es así, el mundo es así.
- S. ¿Y habéis utilizado alguna vez alguna táctica o algo? Por ejemplo, cuando os preguntan de dónde sois, para contestar de alguna forma distinta a la que el otro espera que, o despistar o dar una imagen…
- SA. Yo sí que alguna vez, pocas puedo decirlo porque yo estoy orgulloso de vivir aquí, si que alguna vez, si más o menos me han hablado de la persona y sé que es de los que miran mucho a las personas por primeras apariencias, sí que he dicho que vivo en Aluche, porque justo la calle paralela es la que separa Carabanchel de Aluche, y sí que he dicho “No, no, yo soy de Aluche”.
- P. ¿Pero tú crees que es mejor?
- SA. Afuera sí.
- F. Yo también lo he hecho, y es porque Aluche se conoce hasta menos, o sea, dices Aluche y dónde está, en cambio Carabanchel saben dónde está y saben la fama.

Las asociaciones que personas ajenas al barrio realizan entre Carabanchel y Pan Bendito (una parte de Carabanchel señalada como especialmente conflictiva dentro y fuera del distrito), o entre el mismo distrito y la cárcel, son consideradas inapropiadas e injustas por estos jóvenes informantes. Existen en Carabanchel varias construcciones que simbolizan aspectos negativos y excluidos de la noción positiva de vida: la cárcel y los cementerios. Uno de estos jóvenes informantes bromeaba sobre su biografía junto a la famosa prisión y un cementerio, y su asistencia a centros públicos de enseñanza, todo ello “sin haberle pasado nada” (“aquí me veis”). Sin embargo, estos mismos entrevistados realizaron conexiones entre gitanos e inmigrantes y los problemas de inseguridad en su propio distrito. La sinécdoque generalizadora emitida desde el exterior que excluye al barrio de las catalogaciones positivas es detectada y criticada, pero al mismo tiempo es reciclada en su interior para referirse a algunas zonas de Carabanchel: se sienten incómodos cuando se generaliza sobre lo negativo de Carabanchel, pero generalizan con respecto a Pan Bendito. Se trata de un juego de identificaciones y diferenciaciones: se identifican con el barrio, pero diferenciándose de aquello que no reúna unas cualidades sociales valoradas. Precisamente, esto responde a la estrategia de ocultación externa de la escasez ante la conciencia de su presencia.

Esta experiencia de la perifericidady de la escasez es vivida en diversos barrios del extrarradio madrileño, pero pocos lugares como Carabanchel representan de manera tan intensa, en el imaginario, los valores asociados con lo obrero, lo barrial, lo humilde y lo auténtico, es decir, con aquellos valores compensatorios de la imagen devaluada socialmente asociada a lo periférico (con respecto a un centro de poder) y lo escaso (en relación a lo enriquecido material y simbólicamente). Buena muestra de ello fueron las manifestaciones vecinales para “salvar” algunos espacios públicos (parques) de determinadas intervenciones urbanísticas mientras realizaba la etnografía. En estas manifestaciones, se sacaba a relucir el tratamiento tradicionalmente perjudicial que había recibido Carabanchel y el carácter obrero y combativo del barrio, transmitiendo discursivamente la manifestación local del conflicto de clases global. Parece coherente pensar que los “jóvenes” (como los informantes de la entrevista anteriormente señalada o como buena parte de los militantes de las manifestaciones aludidas) son, probablemente, los agentes del barrio que muestran mayor interés por resemantizar la idea de Carabanchel. Su proceso de relativo crecimiento de la autonomía personal, acompañado de su contacto con otros referentes sociales más legitimados (que encuentran en la universidad, en actividades culturales, etc.), genera las condiciones para elaborar un discurso sobre su entorno más favorable que el de las descripciones negativas de las que son conscientes. Este discurso no es sino un posicionamiento identitario en el que es necesario ligar su vida a un espacio, construir, pues, un lugar en el sentido que le asigna Augé (1992: 83). Además de la exposición de la inserción de Carabanchel en el circuito cultural mundial (“en la Plaza tocaron Garbage hace poco”) y de la inclusión de sus historias en la historia (“aquí veraneaba la Corte”), como estrategias de resignificación de la escasez y la perifericidad para hacerlas más soportables, un elemento que definitivamente viene a reconstruir los significados del lugar, y de sus agentes, es la consideración del barrio como obrero (dadas las connotaciones positivas que cobra para ciertos sectores sociales). De la autoidentificación obrerista participa buena parte de la población en Carabanchel, si bien parece manifestarse, predominantemente, en una forma dialéctica entre lo que individualmente pertenece a la clase media (“soy de clase media”) y colectivamente a la clase obrera (“este es un barrio obrero”). Implica una estrategia de revalorización del entorno al dotarle de los valores de humildad, autenticidad y solidaridad comunitaria que se condensan en la palabra obrero, y la demostración del valor propio individual al haber ascendido socialmente a la clase media en un entorno que no lo facilita.

 

Posiciones sociales ante la (in)seguridad en Carabanchel

El anterior recorrido por los discursos identitarios de Carabanchel, con ser parcial, nos permite vislumbrar cuál es el campo de siembra para la extensión de las imágenes del barrio como sitio inseguro. Precisamente, la asignación de la etiqueta “inseguro” a Carabanchel contribuye a reproducir la formación de una imagen del distrito de perifericidady escasez. La peligrosidad o inseguridad que inspira un barrio se convierte en un velo que impide analizar sus condiciones materiales y culturales. Esta imagen negativa produce un efecto de naturalización de las desigualdades que funciona tanto en el exterior como en la forma de representar su propia realidad social por parte de los habitantes del lugar en cuestión. Ariel Gravano ha analizado los procesos de construcción de los “barrios culpa” en Buenos Aires mediante los discursos mediáticos, policiales y político-profesionales, y su poder de categorización. Según este autor, la producción del nosotrosbarrial se realiza a costa de la construcción de un otrosmoralmente devaluado, simbolizado, en su ciudad, por las villas. Precisamente, el proceso de naturalización de la desigualdad viene condicionado por la relevancia que cobra la violencia en los discursos, pero solamente de un tipo de violencia, la delincuencial, dejando exentas de la opinión su relación con la violencia simbólica que ejercen las instituciones políticas y económicas mediante la segregación y la estigmatización (Gravano 2003: 18-29). En Madrid, como en Buenos Aires, existen ejemplos recientes que atestiguan agresiones sociales a determinados barrios o municipios opinadospor parte de los que ocupan la posición de opinadores (5).

Pero no ha sido el objeto de la investigación el análisis del discurso mediático o de las instituciones, sino el adquirido y reelaborado por las distintas personas que diariamente viven Carabanchel. Pese a la extensión de la relevancia de los temas relacionados con la inseguridad en las narraciones barriales, se pueden distinguir diversas posiciones subjetivas en función de distintos factores sociales que las condicionan.

 

Vínculos entre inseguridades: visión del entorno y rupturas biográficas

El primero de los factores que he considerado es el de la mayor o menor incidencia de determinados acontecimientos relacionados con la creciente flexibilización del mundo social. Según este planteamiento, buena parte de las inseguridades individuales que podemos encontrar hoy en día en lugares como Carabanchel proceden de la frustración de unas expectativas culturales basadas en vínculos estables y duraderos con otras personas (a través del ideal del amor romántico, por ejemplo) y con lugares (el “trabajo fijo”), y que, sin embargo, no siempre se manifiestan únicamente en el área vital donde aparecen (en el de las relaciones de pareja o en el laboral), sino que suelen impregnar la subjetividad de los individuos y desplazarse a otras esferas y roles vitales. La creencia interna en la existencia de riesgos al acecho suele estar relacionada con esos sentimientos de frustración producidos por las rupturas de los vínculos (con personas, actividades y cosas) en un mundo cultural que todavía valora la estabilidad (6). Al fin y al cabo, esas rupturas biográficas no expresan sino la amenaza de pérdida de capitales personales, y esta amenaza se encuentra detrás de las sensaciones de temor. Así, a modo de ejemplo, la soledad física sobrevenida en algún momento de la biografía puede conducir a una sensación especial de inseguridad. Cuando, además, esta soledad aparece en una época de la vida en la que la pérdida de poder social aparece por otros flancos, como es el caso de las mujeres viudas de edad avanzada de Carabanchel con las que he tenido contacto, la inseguridad se hace notar en forma de vacío (silencio rutinario) y de repentinos sucesos cotidianos que rellenan ese vacío a modo de sobresalto. En el siguiente fragmento de entrevista podemos apreciar cómo Carmen relaciona el hueco que dejó su marido al desaparecer con el miedo que sentía. El fallecimiento de su esposo supuso, además, la reducción del contacto vecinal: él sufría un deterioro cognitivo que le desorientaba espacialmente, lo cual motivaba la tutela, por parte del vecindario, de sus movimientos. El apoyo comunitario en el cuidado de su esposo generaba en Carmen una sensación de arropamiento y de confianza en el ambiente, algo que comenzó a echar de menos cuando perdió a su marido. Esta inseguridad sólo se ha ido atenuando con la consolidación de su situación de soledad y de la recomposición de las relaciones vecinales:

“Es que estando sola, que yo llevo mucho tiempo, siete años, y a lo primero me costó muchísimo trabajo, me quedaba sola, (…) pues oía la puerta y me sobrecogía, me quedaba tranquila porque luego ya se cerraba y había veces que me iba a la mirilla, y veía a ver si estaban haciendo, y veía si subían, los conocía, pues nada (…). Mira, como yo he pasado tanto con Pepe, (…) mi marido se me escapó varias veces, me lo traía la policía, todos los vecinos se echaron a buscarle, conmigo se han portado muy bien, muy bien.”

Existen otras situaciones vitales (pérdida de empleo, desaparición de vecinos habituales, etc.) que van a dañar la auto-imagen en la medida en que provocan una pérdida real de capitales. La reducción de poder social, entre aquellos que la sufren, puede estar condicionando de manera muy especial la aparición de discursos sobre el barrio que otorgan un considerable protagonismo a la inseguridad. Parece razonable interpretar que el aumento de las sensaciones íntimas de inseguridad (miedo práctico, incorporado) guarda una relación tan estrecha con las variaciones sociales acontecidas en las últimas décadas, imbricadas en las propias biografías, como con el aumento objetivo de la violencia delincuencial. El crecimiento de esta violencia, registrado de manera sesgada en las estadísticas policiales (7), de haberse producido, no lo ha hecho en la misma proporción que el aumento de la temática de la inseguridad en las voces expertas y de los habitantes de barrios como Carabanchel. Más allá del supuesto aumento de los robos y la violencia, la sensación de inseguridad no puede ser evaluada atendiendo únicamente a datos cuantitativos sobre la violencia urbana, tal y como postulan el discurso mediático e institucional. Es más, puede existir una relación inversamente proporcional entre la violencia y el sentimiento de inseguridad. Tal y como han demostrado Duprez y Hedli, el riesgo objetivo de victimización guarda una escasa relación con la sensación de temor. Estas investigadoras analizaron en el contexto urbano francés cómo aquellos barrios que poseían mayores tasas de criminalidad no eran, precisamente, los que albergaban mayores sentimientos de inseguridad (Naredo Molero 2001) (8). Los informantes de Carabanchel me han proporcionado visiones de la peligrosidad en el barrio que guardaban en ocasiones algún vínculo con la experiencia directa (o de alguien cercano) de situaciones de violencia o de robo recientemente, pero la intensidad del discurso de la inseguridad no coincidía con esa vivencia directa (personas que no habían tenido contacto directo con algún episodio de este tipo podían manifestar mayor sensación de peligrosidad y, al revés, personas que lo habían sufrido directamente, no hacían girar sobre este asunto su visión del barrio). Todo ocurre como si las representaciones sociales de los habitantes de Carabanchel se vinculasen más con su posición socio-biográfica: el análisis de las relaciones de poder en la estructura social, en sus expresiones particulares con base local, y su penetración en la subjetividad de los agentes de Carabanchel, puede ayudarnos a clarificar los factores del aumento de las sensaciones de temor hacia el entorno.

 

La inseguridad de las “personas mayores”

En contraste con muchos “jóvenes” (como los referidos más arriba), que no consideran su barrio como especialmente inseguro (en relación al pasado y en relación a otros barrios), las personas mayores del distrito forman un colectivo que participa de una manera notable en el discurso del aumento de la inseguridad, lo cual puede constituir una pista acerca de la naturaleza de la sensación transmitida de peligrosidad. Las personas mayores lo son en razón de su edad relativa y del significado social de las distintas etapas vitales. Se trata de un periodo de la biografía que está fuertemente condicionado, en una sociedad que valora el cambio, por las pérdidas de aquello que conformaba el grueso de su identidad: pérdida de la actividad laboral, pérdida de condiciones físicas, pérdida de seres queridos, pérdida de los roles parentales y de otros relacionados con posiciones relativas de poder (como el de ocupar pequeños puestos de responsabilidad en una empresa), pérdida de los vecinos y de aquello con lo que se estaba familiarizado en el entorno (pequeños comercios tradicionales…). Y todas estas pérdidas, además, van acompañadas del deterioro del rol tradicional del mayor, que en tiempos pasados contaba con un peso simbólico especial y que era centro de cohesión de los grupos, y del aumento del valor de la juventud en una sociedad de consumo altamente competitiva. La generación de carabancheleroscomprendida en la actualidad entre los 70 y los 90 años de edad y pertenecientes a las clases subalternas, posee de manera general, además, unos patrones culturales condicionados por la vivencia de enormes dificultades materiales, la Guerra Civil española y su posguerra, culturas políticas totalitarias, la emigración a la ciudad, la fuerte presencia de los valores promovidos por la Iglesia católica y la extensión simultánea de las ideologías de la modernidad, como la del progreso y la creencia en un futuro idealizado. La combinación de estos y otros factores, dio lugar al surgimiento, más o menos extendido, de una ideología del sacrificio basada en la conformidad con el trabajo duro, y de la búsqueda del ascenso social por vía de la inversión en los hijos, representantes de ese futuro idealizado. Es por ello por lo que la merma de los roles considerados socialmente útiles, distintos en función de la pertenencia de género, entre la población obrera de barrios como el de Carabanchel, bien el de trabajador y padre de familia, bien el de madre y esposa, supone, para muchas personas mayores una fuerte crisis de identidad y la vivencia de una sensación de decadencia (solamente atenuada por la autoatribución de la responsabilidad en el éxito de las carreras laborales de los hijos, que encarnan el buen resultado de las inversiones que hicieron los padres en su futuro). La edad dorada se imaginó en el futuro, por eso se producía un sacrificio en aquel presente. Hoy, muchas de estas personas anhelan aquellos tiempos que vivieron como duros y que, precisamente por eso, contribuyeron a generar redes de solidaridad vecinal que conformaron una identidad social estable y, en consecuencia, una seguridad personal afianzada en anclajes de experiencia, rutinas y apoyos sociales informales. Y todo esto se ve reforzado por la llegada de nueva población más joven al barrio y en buena parte procedente de lugares periféricos del planeta que vienen a recordar la perifericidad de Carabanchel y comienzan a visibilizarse en el espacio público. Las pérdidas, más que las novedades, operan como tamiz de las percepciones

- L. Entonces no teníamos dinero y aquí se podía quedar mi madre, entonces donde más barato estaba (…). Cuestión de precio, tú me dirás, hoy día vienen de fuera y tienen millones para comprar los pisos, ya me contarás, adónde vamos…
- S. ¿Los de fuera? ¿Quiénes?
- L. Los ecuatorianos y la gente ésta viene y en seguida te compra un piso.
- L. (…) Es que ya no puedes hacer nada, te cogen en cuanto…, mira la chica esa con 16 años, esa rumana, como atracaba a los hombres a la salida de las cajas, de los…,para sacar dinero, no lo haré nunca, tengo cartilla, y no iré nunca a uno.

 

Elementos de la seguridad como distintivos

El cuestionamiento de la propia identidad al que me he referido en el apartado anterior ejemplificándolo con el caso particular de muchas personas mayores, conecta con la creencia en una existencia propia deficitaria. La competitividad alrededor del consumo conlleva la búsqueda de la distinción a través de diversos bienes materiales y simbólicos, algunos de los cuales se vinculan con la seguridad (9). En la medida en que se adquieren bienes o se realizan prácticas culturales legitimadas, se accede a situaciones apreciadas socialmente por su valor en el mercado económico y simbólico, o por el refugio afectivo e identitario que proporcionan (la vivienda, el coche, el hijo, etc.). De esta forma parece generarse una necesidad dual y paradójica entre muchos habitantes de Carabanchel, especialmente entre quienes habitan los barrios de reciente construcción: por un lado se trata de comunicar al entorno social el acceso a las situaciones sociales valoradas (como la paternidad o la propiedad), pero por otro, surge una nueva necesidad, la de protegerlo ante las amenazas ambientales. La exhibición de símbolos destinados, en principio, a inhibir a los posibles asaltantes a la seguridad personal y familiar, parece cumplir la función comunicativa de transmitir al resto la posición social.

 

La inseguridad de las “personas adultas”

La posesión de objetos valiosos económica y simbólicamente, o valorados socialmente, puede someter a su poseedor a una cierta inquietud por la amenaza de su pérdida. Javier, un joven informante recién ingresado en un modelo de vida considerado socialmente como adulto, refería que antes (en su infancia y adolescencia) existía más inseguridad en la calle, pero que en la actualidad se sentía más inseguro en su casa. La casa, el hogar familiar, era vivido en anteriores etapas vitales como un refugio físico lleno de figuras humanas, padres y hermanos, percibidos como protectores, mientras que la calle, como lugar de experimentación y campo de batalla de la lucha por la conquista de la identidad social, estaba sometida a múltiples peligros. La concepción de la calle como objeto de conquista en la adolescencia de este informante, se puede deducir de sus referencias al espacio público de su barrio de origen: salía con amigos en pandilla, y el grupo realizaba actos de autoafirmación (beber en la calle, entrar a robar en determinados espacios, provocar ciertos enfrentamientos con otros grupos…) y utilizaba un atuendo identificativo de una supuesta rebeldía. Sin embargo, el lugar seguro que representaba la vivienda familiar de origen (en relación a la competitividad callejera), no se ha transpuesto a su propia vivienda, la cual ha de ser “defendida” ahora por él mismo (Javier señaló que dormía con un cuchillo junto a su cama). En la actualidad, el significado de la casa y de la calle se ve invertido en los esquemas de valoración de este informante: la calle (los movimientos por su geografía y la consolidación de los mapas mentales que permiten interpretar la ciudad) y el espacio público en general, como marco de una identidad social, ya no tienen el mismo carácter de reto y objeto de conquista, sino que están más familiarizados frente a su nueva casa, que todavía no llega a ser hogar y se vive, además, como objeto de la conquista de otros. Esta posición defensiva ante los imaginarios atacantes de la fortaleza vital, presente en este informante, se ve generalmente acentuada cuando se habita la vivienda en calidad de propietario, situación que simboliza el éxito de un proyecto propio (en un entorno que valora más positivamente la propiedad que el alquiler u otras formas de ocupación, y en un contexto económico en el que el acceso a la vivienda se hace progresivamente más costoso).

- J. Cuando vivía en casa de mis padres éramos cinco en casa, yo cuando era adolescente, pues tenía más seguridad, y aquí al vivir solo, pues estás más expectante a los ruidos, y en casa de mis padres, pues, incluso la puerta blindada la pusimos hace bastante poco, la puerta con dos o tres cierres, y sí, yo me sentía seguro, y eso que es un octavo, pero aquí da igual, te cortan la puerta y pueden entrar, ¿sabes?, aparte que pueden entrar por el garaje, y tal. En casa de mis padres, quizás porque éramos muchos, éramos todos hermanos, o sea, éramos varones y mi madre, la única mujer.

La casa de este informante, inmersa en un proceso de construcción simbólica del hogar, se encuentra situada en un barrio de nueva fabricación. La observación llevada a cabo en esta zona de edificios privados nuevos, depara, como principal conclusión, el relativo vaciamiento social de sus calles. Por un lado, los ritmos vitales y sociales (largas jornadas laborales y escolares tanto de hombres como de mujeres y niños) y por otro el diseño urbanístico, caracterizado por la amplitud espacial en las calles de cara a la fluidez del tráfico y por la existencia de fincas privadas de acceso restringido donde poder “salir” con los niños, hacen de la calle un lugar solitario. Además, las ventanas de las viviendas de este nuevo barrio poseen un número relativamente elevado de placas de empresas de seguridad, los portales poseen un guardia jurado como portero, todos los edificios poseen una planta en forma de manzana cerrada o semicerrada con áreas recreativas, constan de garajes subterráneos para los coches, las cámaras franquean con su mirada los límites… En fin, asistimos a un barrio prototípico del crecimiento urbanístico de Madrid durante la década de los 90 del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, en el que los valores asociados con el consumismo, consolidados entre las capas medias-bajas de la población, dejan su impronta en el espacio en forma de signos de diferenciación. Se trata de un barrio de nivel socioeconómico no necesariamente muy elevado, pero en el que se imitan muchos de los símbolos de distinción de los edificios burgueses (“Residencial Parque Austria”). Precisamente, la distinción a través de las marcas espaciales genera una sensación ambivalente: se destaca el propio valor simbólico conquistado, pero a la vez se pasa a representarse como objeto del deseo de otros. Una vez cubierta la insuficiencia generada en el proceso de creación social de la necesidad de residir en un edificio de viviendas cerrado, con piscina, garaje, zona infantil privada, etc., esa insuficiencia basada en el “no tener” pasa a convertirse en un “no tener seguridad”, teniendo en cuenta que hay mucha gente que imaginariamente quiere aspirar a poseer lo propio (tan valorado simbólicamente en su propio proyecto).

Pero no sólo la entrada en el mundo de la propiedad (y del apremio de la hipoteca) condiciona sensaciones de mayor inseguridad. Otro momento vital destacable es el de la adquisición de las responsabilidades parentales, principalmente ante el primogénito y cuando éste es bebé. Si atendemos algunos análisis, tal y como se ha ido construyendo la identidad materna y paterna en las sociedades post-industriales que han atravesado la transición demográfica, la responsabilidad sobre unos descendientes cada vez más desresponsabilizados ha ido creciendo. El hijo y la hija, constituidos como un valor seguro, un refugio afectivo en medio de un mundo lleno de provisionalidades, constituye el objeto de protección por excelencia (10). Además, la falta de protección sobre los “menores” por parte de quienes han sido instituidos como responsables, es vigilada por las autoridades y está sometida al control social informal, de ahí que la inseguridad proyectada hacia los hijos encuentre fuentes morales de legitimación. La informante del siguiente fragmento de entrevista destaca que “cada edad requiere…, te va marcando unas pautas”. Llama la atención cómo la elección de centro escolar, por ejemplo, está ampliamente mediada por el valor de la seguridad:

- M. De responsabilidad o de inseguridad, sí, más todavía.
- J. Claro, porque temes que (…) Yo que sé, pues el tema de la niña, pues a lo mejor la ven que…
- M. No, pero simplemente para quitarle los órganos y esas cosas, no sé, simplemente para eso, no sé.
- J. Es que es eso, muchas veces nos quedamos en casa para quitarnos de problemas.
- M. Por ejemplo, empieza la huelga de grúas, ¿no?, no queremos ni coger el coche. Antes él y yo, va, cogíamos el coche, nos íbamos y nos daba igual, ahora es que tenemos la responsabilidad de la niña, que es un invierno, que te quedes tirado en la carretera y que no nos puedan recoger, pues todo eso lo miramos. Antes no mirábamos nada.
- J. Miras mucho más las cosas, miras la seguridad, incluso ya estamos pensando a que colegio llevarle, hay colegios públicos, donde vamos a votar, por ejemplo…
- M. No, pero a lo mejor tiene que ir.
- J. Y a lo mejor tiene que ir ahí, me he fijado donde hay un colegio privado, que van con uniforme, con la ropa de colegio, que vale, que a lo mejor el barrio no es lo más adecuado para la niña, pues intentar…

La consecución de determinadas metas nucleares que formaban parte del “proyecto de vida” parece coincidir, en sus autores, con representaciones de sí mismos y de sus propiedades y posesiones como objetos de la codicia ajena. Además, la sensación de desconfianza se refuerza al reducirse la experiencia social. Organizar algunos aspectos de la vida alrededor de la seguridad (como llevar a cabo conductas evitativas con respecto a algunos espacios públicos) puede retroalimentar la propia desconfianza, ya que contribuye a evitar el conflicto y a sobredimensionar los riesgos por la falta de experiencia directa de los mismos. Igualmente, la residencia en un lugar supuestamente homogéneo a nivel social, dificulta la interacción con personas pertenecientes a otros mundos sociales, lo cual reproduce el “otros” y la desconfianza. A pesar de las limitaciones que encuentra en Carabanchel, donde la interacción es prácticamente inevitable, este modelo se va generalizando en el crecimiento urbanístico de la ciudad de Madrid.

 

Fuera, pero acercándose (o alejándose)

La citada ausencia de experiencia directa tiene como efecto perverso el favorecer la proliferación imaginaria: se anticipa una acción negativa que ha ocurrido ya en otro sitio a través de la identificación social con las víctimas de los sucesos. Así, podemos observar cómo la inseguridad es, paradójicamente, externa e interna: está fuera, en otro lugar, pero ese otro lugar no es lejano, y el propio territorio es susceptible de ser alcanzado por el elemento peligroso.

No cabe duda de que la inseguridad puede generarse a partir de la experiencia directa de un suceso en el que se es víctima de un ataque o se participa de un conflicto abierto. Sin embargo, el temor no requiere de esa experiencia directa para instalarse en la subjetividad. La distancia física respecto a un lugar en el que se ha producido un suceso generador de inseguridad, puede reducirse enormemente si la distancia social es menor: la empatía con las víctimas se produce siempre y cuando pertenezcan al mismo grupo familiar o de amistad, o simplemente a la misma clase, género, grupo cultural o edad. Una joven, Susana, que posee un certificado de ligera discapacidad y un empleo en un bar que le ocupa prácticamente todo el día (entre trayectos y jornada laboral efectiva), comentó un incidente que el día anterior se había producido en una estación de metro de Carabanchel: un hombre, presuntamente con problemas de salud mental, empujó a una chica de 20 años al andén al paso del convoy, con el resultado de la pérdida de una pierna por parte de la chica. El caso, que causó un enorme revuelo en los aledaños de la estación (produciéndose rumores acerca de un caso de violencia de género) y provocó la interrupción del tráfico por la afluencia de ambulancias y policía durante horas, fue ampliamente publicitado por los medios esa mañana. Susana transmitió, con expresión de evidente preocupación, que “ya no se puede estar tranquila ni en el metro”. La identificación con la víctima por razones de clase (viajaba en metro por Carabanchel), género y edad, posibilitó a Susana la emisión de una profunda sensación de desasosiego durante esa mañana, pareciendo significar con su afirmación la invasión de los espacios y los tiempos de la vida cotidiana por parte del “mal” y la extinción de los refugios cotidianos (como la íntima espera del metro en el andén) al irrumpir la amenaza en todos los espacios-tiempos vitales. Pero además de ese sentimiento de afinidad con la víctima, que produce un aumento de la empatía, no podemos dejar de vincular esta visión con la de una persona que carece, actualmente, de expectativas de “mejora” y que trata de conservar lo logrado: Susana trabaja intensamente durante largas jornadas por un salario relativamente reducido, pero ante las quejas eventuales de los clientes por la lentitud del servicio (“Susana, es que no te pueden tener a ti sola para todo el bar”), evita aliarse con los mismos y justifica la posición de su empleador, lo cual denota su valoración de la situación laboral actual. Además, su certificado de minusvalía (que facilita una empleabilidad más barata para el empresario), le devuelve continuamente a un mapa de expectativas laborales limitadas, por lo que se puede deducir que su estatus tiene pocas posibilidades de aumentar. Este freno al empoderamiento reduce las posibilidades de movilidad (social y geográfica), lo cual favorece una representación de su posición en el mundo de pasividad e inmovilidad ante un peligro “que viene”.

Pero más allá de las situaciones de desempoderamiento, en la dialéctica lejano-cercano de la inseguridad la fuente del desasosiego se suele considerar como externa, en otro sitio, aunque ese otro sitio no esté lejano y se sea susceptible, por tanto, de ser alcanzado por el elemento peligroso. La ausencia directa de algo que “se sabe” que existe, favorece la imaginación (se anticipa una acción negativa que ha acontecido ya en otro enclave). Todo ocurre como si los motivos de preocupación funcionasen de manera liminal: están en otro lugar y constituyen una amenaza, pero es difícil asumir que estén en el propio sitio, sobre todo porque la propia experiencia cotidiana está familiarizada y normalizada, y no se concibe que la imagen estereotipada de esos motivos de preocupación se encuentre integrada en el propio mundo de experiencia. Se sitúan así fuera, pero cerca. Dos informantes dirimían cuál de las dos calles en las que residían era más peligrosa: cada una señalaba que la más susceptible de ser temida era la de la otra.

- B. Depende de la zona, por ejemplo, la zona que me parece a mí muy movida es la calle de la Oca, tengo un terror también.
- P. ¿Por?
- B. Por los extranjeros, por los mantas estos (ríe) (…)A mí esta zona sí que me gusta, y a mí cuando me preguntan digo por Fátima, en Carabanchel…
- P. Pues en Fátima pasan más cosas, yo creo, que por donde yo vivo, porque a mí, Jose siempre me está diciendo “¡Ah!, pues han robado no sé donde! ¡Ah, pues los chinos se han pegado!”, y yo en mi barrio no pasa, no pasa, hombre, alguna vez sí, a mí una vez, Jose me trajo en coche aquí en frente y le robaron el casete, y en mi calle no han robado nunca nada.

Sin embargo, pese a que las representaciones apocalípticas sobre el advenimiento de un mal son las que predominan, en el trabajo de campo pude acceder a visiones que consideraban que el espacio-tiempo presente era menos inseguro que el pasado o que otros lugares. Esta posición parece coincidir con la de aquellas personas que son socialmente “jóvenes”, en la medida en que tienen proyectos vitales en marcha que les permiten empoderarse y consideran que “lo mejor” de su vida está por llegar. Estos agentes, como en el caso de un cura que transmitía con entusiasmo el proyecto de su nueva parroquia y la influencia positiva sobre el barrio, aseveran que los años 1980, con “sus yonquis y sus atracos”, eran más peligrosos que los momentos actuales (en contradicción con el discurso de las personas mayores que frecuentaban su parroquia). Su actual proceso de aumento de la autonomía, de creciente reconocimiento social, parece ligarse con una identificación con el presente espacio-temporal, el barrio de hoy, que genera una representación “de mejoría” del mismo, y entre las cosas que mejoran, está la seguridad. Se trata de una estrategia discursiva producida al servicio de la construcción de una identidad social que otorga una posición valiosa a su emisor. La dimensión biográfica del poder (las condiciones de posibilidad de autonomía a lo largo de la vida) parece operar de nuevo en la conformación de las posiciones, o al menos del discurso, sobre la inseguridad.

 

La “oportunidad” de la inmigración cuando el poder social se pone en juego

Siguiendo a Giddens, la capacidad de influencia del sistema experto que son los medios de comunicación ha ido acrecentándose al producirse un desanclaje entre el espacio y el tiempo. Mientras que en las sociedades premodernas, espacio y lugar coincidían, predominando la “presencia” en la interacción, en la modernidad han ido ganando progresiva relevancia las relaciones “en ausencia”. El lugar va tornándose en fantasmagóricoa medida que se producen influencias entre puntos del espacio distantes y cada vez en una menor cantidad de tiempo (Giddens 1990: 28-38). Sin embargo, los postulados de Giddens, sirviéndonos de guía interpretativa de los fenómenos de la sociedad contemporánea, han de ser relativizados al observar los contextos sociales concretos. La influencia que ejercen los medios sobre sus usuarios no es absoluta, sino que viene a combinarse con otras fuentes de influencia social (como los referentes de visión y de división cercanos) y con la propia experiencia. Además, estos usuarios utilizan las informaciones de los medios para legitimar posiciones previas (para aumentar su capital informacional). Sin embargo, en Carabanchel he podido observar cómo esta capacidad de influencia se hace mayor sobre aquellas personas que se encuentran en el declive de su poder social (“lo dice la tele”). Esto puede ocurrir debido a que la agencialidad de estos individuos ha perdido fuerza (capacidad de influencia) en el espacio social, por lo que el sentimiento de propia deslegitimación se corresponde con un proceso de progresiva atribución de legitimidad a otros agentes con poder social (los medios de comunicación).

Si el aumento de poder social puede caracterizarse por una avidez de experiencia social, la ausencia de ese aumento va a derivar en una reducción de esa experiencia fuera de los ámbitos considerados subjetivamente como seguros (como la familia, el centro de trabajo o un círculo íntimo de amigos). Es así como los medios de comunicación tienen mayores posibilidades de ir ganando capacidad de influencia en el conocimiento de la realidad y en la elaboración de interpretaciones sobre la misma. Teniendo en cuenta que las noticias sobre inseguridad ciudadana han ido ganando espacio informativo en los últimos años, la transmisión, por parte de los medios, del mensaje que favorece la creencia en una realidad potencialmente hostil ha ido calando en la visión del mundo de muchas personas en Carabanchel, especialmente de aquellas que han visto mermado su poder y su experiencia social (“hombre, lo estás viendo en la tele todos los días, como vienen y los matan”).

Sin embargo, resultaría excesivamente reduccionista considerar que estas personas en situación de declive son simples presas del discurso mediático y sensacionalista. Si bien en los análisis que he presentado más arriba (referidos en su mayoría a las sensaciones íntimas de las personas “mayores” o en declive social), la estrategia discursiva consistía en el desplazamiento de ciertas inseguridades sociales a la representación del entorno (donde aparecen respuestas más accesibles a la propia sensación de incertidumbre), los discursos que voy a tratar en el presente apartado se corresponden con otras estrategias de búsqueda del reconocimiento social más elaboradas, más estereotipadas y más afectadas por la intertextualidad. El mensaje que proporcionan los medios es una herramienta en las propias luchas por la legitimidad de los habitantes de Carabanchel en un contexto de competencia por recursos escasos. De hecho, en las salas de espera y los despachos de uno de los centros de servicios sociales donde practiqué observación participante, se podían recoger multitud de afirmaciones sobre la peligrosidad de los inmigrantes a raíz de percibir la dificultad de acceso a determinadas ayudas. Una mujer perceptora de la Renta Mínima de Inserción, considerada como “crónica” en el ámbito profesional de los servicios sociales, aseveró “es que se lo dais todo a los de fuera”, “porque yo he visto las navajas así (…), porque vosotros desde vuestros despachos no veis nada de eso, pero por la noche…”, todo ello mientras trataba de negociar con su trabajador social la consecución de una ayuda económica para comprar un frigorífico.

En la medida en que el problema de la “inseguridad ciudadana” ha ido penetrando en las agendas de la política profesional y de los medios de comunicación (mediante un refuerzo mutuo de las temáticas legítimas), el de la seguridad se ha ido consolidando como un argumento estratégico en las luchas por el reconocimiento social empleado tanto por aquellos que temen perder derechos de ciudadanía, como por quienes aspiran a disfrutar de dichos derechos. Es así cómo muchos miembros de las clases populares están tratando de aprovechar la vía principal dispuesta por el Estado para ingresar en un mundo, el de de la ciudadanía, cuyo acceso se había denegado previamente: las demandas de mayor seguridad (más policía o endurecimiento penal), que pueden considerarse como una estrategia para deslegitimar a los posibles competidores en ámbitos de recursos escasos (como Carabanchel), parecen sintonizar con aquello que las instituciones están dispuestas a reforzar en la sociedad de control. La relevancia social del valor de la seguridad ha sustituido a la de otros valores que antes tenían mayor peso, como el de la igualdad y el de la libertad. No quiero aquí detenerme en las transformaciones acontecidas en el sistema capitalista, que pueden resumirse en el paso de un modelo fordista a otro postfordista de producción, y en su correspondencia con el tránsito de una sociedad disciplinaria a otra de control (De Giorgi 2002), pero se hace necesario contextualizar la relación entre el sistema productivo y de consumo, y la emergencia del valor de la seguridad a través de uno de los fenómenos que ha posibilitado esta construcción social: la inmigración. Los discursos sobre el “exceso de libertades”, y la progresiva desaparición de la igualdad como referente ideológico, se han correspondido con la elevación de la posición social relativa de ciertos sectores de población autóctona, sobre todo a raíz de la llegada de personas inmigrantes de países periféricos y su inserción en las posiciones sociales subalternas. La amenaza de empoderamiento de éstas (conducente a una mayor igualdad con respecto a ciertos grupos autóctonos), simbolizada por su visibilización a través de su consumo y su presencia en determinados ámbitos públicos (“exceso de libertades”), ha proporcionado el plano sobre el cual se ha generado la extensión de la necesidad social de seguridad en los barrios de las grandes ciudades españolas.

En Carabanchel, muchos informantes pertenecientes al colectivo de “mayores”, y otros más jóvenes (algunos extranjeros) en situación de declive, consideran que el pasado era un tiempo más seguro. “Había rateros, pero menos”: la inmigración es la base del aumento actual de inseguridad. Ellos fueron inmigrantes en Carabanchel, pero los recién llegados acarrean la carga de la culpa, situándose en una posición de deuda. En el siguiente fragmento de entrevista, extraído de un encuentro con varios vecinos de edad avanzada residentes en un bloque de viviendas obreras construido en la década de 1960, se puede entrever, en forma de guasa, la competitividad establecida con los extraños. El pasado se refleja cómo armónico y homogéneo socialmente, mientras que el presente es representado como conflictivo por el presunto exceso de autoafirmación de los vecinos extranjeros nuevos (“aquí estoy yo”).

- M. Antes, éramos unos vecinos que nos llevamos todos muy bien, yo misma donde la cuñada Luisa, -¿vas a ir al mercado?- Sí. Bueno pues mira, me traes esto, me traes lo otro, pero ahora ya no…
- S. ¿Y alguna vez les habéis pedido ayuda a alguno de los vecinos extranjeros de los nuevos?
- M. No, a los extranjeros, no.
- L. No, que yo sepa no.
- S. Digo que si les habéis pedido ayuda para bajar el carro…
- L. Me pesa no haber puesto una reja, como ha puesto mi hijo, en…
- S. ¿En tu casa? ¿En dónde, en las ventanas?
- L. En la terraza. Porque pueden pasarse los de al lado, se pueden pasar, perfectamente.
- S. Y tus vecinos, son extranjeros, los de al lado…
- L. Los de al lado, son rumanos. El portal de al lado de mí, el 34…
- S. ¿Y les conoces directamente? ¿Has hablado con ellos?
- L. No, no, no, no, no.
- S. ¿Y temes algo de ellos?
- L. Sí. Sencillamente, puede ser que a lo mejor sean mejores que yo, pero vamos, yo me creo mejor que ellos… (Risas). Porque, es que vienen, en un plan de decir, “aquí estoy yo”…

Quiero introducir aquí un inciso para contextualizar el discurso de estos informantes. Un año después de la entrevista referida, pude dialogar con sus mismos protagonistas. Estos gozaban del apoyo de auxiliares de ayuda a domicilio de origen latinoamericano y sus comentarios sobre las mismas eran muy favorables (“es muy cariñosa”, “me ayuda y me lo deja muy bien”). Asimismo, el peligro atribuido a sus vecinos extranjeros parecía haberse reducido. Podemos interpretar las variaciones en el discurso de estas personas mayores como la reapropiación parcial de la sensación de control sobre el entorno en la medida en que se produjo una interacción directa con las personas temidas y en que esta interacción estaba marcada por relaciones de poder en las que ellos se imaginaban en posiciones superiores a las de sus “asistentas” (nunca habían disfrutado de un servicio doméstico, algo propio de otras clases sociales y con lo que se asociaba el servicio de ayuda a domicilio).

Pero estas transformaciones derivadas de la interacción y mediadas por relaciones de poder, únicamente atenúan la que parece ser la visión hegemónica en relación a la inmigración y la inseguridad. Entre buena parte de los agentes de policía del distrito circula un discurso estereotipado de los distintos colectivos de extranjeros (y de la población gitana) que transmite una visión de “choque cultural” inevitable. El policía suele percibir los problemas en su emergencia, sin contexto, por lo que el contacto directo e incesante con la dimensión inmediatista de los conflictos contribuye a generar una mirada hobbesiana del mundo y una subjetividad profesional afectada por el “queme”. En un encuentro con distintos empleados de la administración local, el único elemento de contexto que apareció en la crítica de los agentes de policía al hablar de lo que “a nivel de parques es terrible”, es el de los políticos profesionales, quienes no cesarían de realizar una publicidad engañosa para enmascarar la escasez de recursos puestos en juego. Las fuerzas de seguridad se han convertido en una pieza clave en los juegos mediáticos y electorales, algo que somete a una enorme presión a sus miembros por la vigilancia, ya no tanto de sus excesos, como de sus defectos. Para el policía entrevistado, la inseguridad causada por el nuevo grupo social es un hecho incuestionable que únicamente puede ser tratado policialmente (“aumentando recursos”) y de manera paralela al abordaje del fenómeno migratorio a nivel nacional e internacional (control de fronteras).

Pero además de estos discursos entre los agentes de policía de Carabanchel, entre otros habitantes del distrito ha ido ensayándose la ya citada estrategia de autolegitimación que afecta a individuos no muy lejanos a nivel de posición de clase, entre ellos a muchas personas extranjeras en situaciones precarias que buscan en la adopción de los discursos hegemónicos que asocian inmigración y delincuencia su propia diferenciación social con respecto a los sujetos peligrosos (empleando estereotipos sobre nacionalidades) y muestran su tarjeta de presentación para entrar a formar parte, así, del mundo del “nosotros” (ciudadanía). No obstante, en el trabajo de campo he podido observar cómo las condiciones de posibilidad de emergencia de estos discursos aumentan en la medida en que se ha consolidado el proyecto migratorio: el cese del empoderamiento individual, una vez conseguidas las metas vitales más importantes, representa el comienzo de una nueva necesidad, la de conservar lo que tanto sacrificio ha costado, demandando, en muchos casos, el cierre de fronteras por parte del gobierno y el empleo de mayor dureza policial.

 

Conclusiones

Bajo la extensión de los discursos y las prácticas orientadas por representaciones del entorno como inseguro, subyacen condiciones sociales generalizadas en las sociedades postfordistas que trascienden ampliamente el entorno local al que me he dedicado en la presente investigación. La inseguridad es un valor en alza en las sociedades contemporáneas, y específicamente en grandes ciudades como Madrid, que surca toda la estructura social. Una vez ha retrocedido la ideología del progreso, y el escenario social que contextualizaba su aparición, la conservación de lo que se consideran logros obtenidos en el pasado pasa a ocupar una prioridad social. Carabanchel no es sino un botón de muestra de la proliferación de estas representaciones del mundo como inseguro, pero reúne, además, ciertas cualidades sociales que lo sitúan como un lugar más propicio que otros para que surjan: buena parte de la asociación de Carabanchel con la inseguridad tiene que ver con las referencias al barrio que realizan agentes externos al mismo (como los medios de comunicación) centradas en sus “sucesos”. En el imaginario de los pobladores de Carabanchel, y de las personas ajenas al distrito, se apoya una representación negativa de sus espacios públicos que puede convertir a Carabanchel en un lugar más oportuno que otros para sentirseinseguro.

Precisamente, el entorno local escogido, un distrito del sur de la ciudad de Madrid relativamente empobrecido, está atravesado, en el imaginario madrileño, por las nociones de perifericidad y de escasez. Estos significados atribuidos a Carabanchel a través de los procesos materiales y simbólicos de construcción del barrio (o sus barrios) durante las últimas cinco décadas, e interiorizados por buena parte de su población en su conciencia barrial, conceden a sus habitantes un valor disminuido en relación a los habitantes de otras zonas de Madrid y su área metropolitana. La inferiorización social a través de los procesos de reproducción social se pone de manifiesto en la difusión de informaciones referidas a los acontecimientos inseguros de Carabanchel, las cuales tienen un carácter performativo consistente en la legitimación del orden asimétrico que sitúa a este distrito, y a sus habitantes, en lugares de un relativo escaso poder social.

Sin embargo, el significado de Carabanchel como periféricoy escaso es adaptado por sus habitantes a su realidad práctica y resignificado para dar como fruto otras nociones de su lugar. Estas resignificaciones pueden contribuir a construir una representación más positiva del distrito (“obrero”, “más desarrollado que antes”), que redundan en una visión más segura de Carabanchel, o a reproducir las visiones inferiorizantes de su entorno mediante la adaptación a la propia realidad práctica del discurso de la inseguridad ciudadana (“¡cómo está el barrio de peligroso!”). La idea principal que he tratado de transmitir en el presente texto es la del crecimiento de la intensidad de las representaciones (tanto espontáneas como estereotipadas) del entorno local como inseguro a medida que los agentes ahondan en un proceso de desempoderamiento colectivo e individual (como el que sufre la generación de obreros que comenzaron a vivir en Carabanchel en las décadas de 1950 y 1960) por el advenimiento de las condiciones postfordistas de la sociedad global hipercompetitiva y su traducción en pérdidas y rupturas biográficas, o en la amenaza de las mismas. Una vez se sitúan en el pasado los logros que daban sentido a la propia identidad social (carrera laboral, pareja, vivienda en propiedad, descendencia, etc.), y siempre y cuando no se genera un proyecto de sociabilidad política e identitaria compensatoria, la inseguridad generada en los distintos ámbitos de la vida va empapando la subjetividad de una cierta sensación de desconfianza hacia lo construido como ajeno (“que viene, está llegando”), y provee a las personas cuyo poder social se siente en declive, la posibilidad de encontrar en los discursos hegemónicos y estereotipados, relativos a la “inseguridad ciudadana”, una serie de argumentos autolegitimadores que se reapropian y se emiten en las luchas sociales por los recursos escasos del campo barrial.

 


 

Notas

1. La crisis del progreso como ideología, parece estar relacionada con la pérdida de seguridades personales y sociales que se habían fraguado en el proceso de estabilización de la modernidad tras décadas de negociación política (seguridades identitarias provenientes de certezas como las que proporcionaba el mundo laboral o familiar). Una vez sobrevenida la crisis económica de 1973, el declive de los estados sociales, la caída del bloque socialista y la emergencia de nuevos discursos sobre los riesgos (como los ecológicos) por nuevos actores sociales que venían a sustituir a los sindicatos y a los partidos políticos deslegitimados, comenzaron a proliferar de manera relacionada y simultanea discursos de carácter neoliberal centrados en los costes del sostenimiento del Estado del Bienestar y en la incompatibilidad entre distintos grupos sociales para convivir en el mismo terreno (espacial y social), como los referidos al choque de civilizacioneso los favorecedores del endurecimiento de las penas a aquellos que transgredieran las normas jurídicas. Bajo un epígrafe que podríamos titular como el del “exceso de libertades”, estos discursos han perseguido la legitimación del propio poder social alcanzado y la restricción de los avances de otros grupos por el temor a que este avance cuestionase su propio poder. La aplicación de estos discursos a la práctica se ha traducido en acciones políticas de orden internacional (como las últimas guerras alrededor de Centro Asia y del Golfo Pérsico), nacional (en el caso de España, el endurecimiento penal, la restricción de ciertas libertades y el crecimiento de acciones exclusivistas de clase) y local. Es precisamente este nivel de análisis el que centra la atención de la presente investigación. La proliferación de discursos y acciones encaminadas a mantener cada vez más separados a los grupos sociales en función de su clase y de su origen étnico-nacional, no es algo exclusivo del poder político, sino que ha encontrado una amplia extensión entre la población, independientemente de su posición de clase.

2. Para Delgado, lo urbano trasciende la ciudad: es una pauta de interacción social marcada por la inestabilidad y la movilidad. Desde este punto de vista, pueden existir ciudades muy poco urbanas (las que se encuentran en estado de guerra, por ejemplo) y lugares rurales en los que predominan pautas de relación urbanas (Delgado 1999: 23-24).

3. La referencia la he extraído de la obra de Castro Nogueira La risa del espacio (1997), en la que se revisan las visiones sobre el espacio que tienen lugar en la modernidad y en la postmodernidad, destacando las obras de autores como Soja (Edward Soja, 1989, Postmodern geographies. Londres, Verso).

4. Foucault presta atención a la ciudad surgida a finales del siglo XVIII: una ciudad que es objeto de mecanismos disciplinarios y de acciones regularizadoras (desde el recorte espacial que divide a la sociedad en barrios, en viviendas o en dormitorios, a los mecanismos de transmisión de prácticas adecuadas de higiene, de educación infantil, etc.) (Foucault 1999: 215).

5. Buen ejemplo de lo expresado es la locuacidad empleada por los medios para describir las situaciones de violencia juvenil en sendas zonas del área metropolitana de Madrid, en Villaverde en 2005 y en Alcorcón en 2007. Más allá de los lugares comunes y las conclusiones moralistas e individualizantes, las opiniones vertidas derivaron en estigmas barriales con titulares como “10 razones para no vivir en Villaverde”. Patrick Champagne analiza muy lúcidamente el efecto de dominación producido cuando los medios cubren “los acontecimientos” de los barrios habitados por las clases populares (Champagne 1993).

6. Luc Boltanski y Eve Chiapello han descrito de manera notable la potenciación de los valores de la movilidad y la creatividad, asociados a la sociabilidad, en lo que designan como tercer espíritu del capitalismo (Boltanski y Chiapello 1999: 467-471). Sin embargo, buena parte de la población de Carabanchel se ha socializado en un sistema cultural propio del segundo espíritu del capitalismo, en el que se valoraba la estabilidad que proporcionaba el empleo fijo o la familia nuclear.

7. La construcción de las estadísticas sobre inseguridad responde a las lógicas de la política profesional más que a la de los vecinos de los barrios, como Carabanchel, que establecen una escasa relación entre inseguridad e ilegalidad. Según he podido registrar en el trabajo de campo, un mismo acto, en función de quien lo practique, puede ser interpretado de manera distinta (generalmente, los jóvenes, y más si son extranjeros, son considerados focos de inseguridad en los parques de Carabanchel más allá de sus acciones). Además, los cambios en la legislación han convertido en sancionables determinadas prácticas que anteriormente no se codificaban como ilegales. Todo apunta a que nos encontramos con otras lógicas en la construcción social de la inseguridad. Patrick Hebberecht y Dominique Duprez han destacado el aumento del recurso policial en las políticas de seguridad europeas durante los años 90, un modelo de actuación cuyo prototipo es, tal y como señalan, la actuación estatal en las Olimpiadas de Barcelona de 1992. El abordaje de la inmigración y de la juventud como problemas de seguridad interior mediante los endurecimientos legales y el aumento de la presencia policial, no ha conseguido combatir efectivamente la pequeña y mediana delincuencia ni reducir los sentimientos de inseguridad. Precisamente, han sido gobiernos socialdemócratas los protagonistas de estas nuevas políticas, destacando los gobiernos de Tony Blair como especialmente activos en este campo. En realidad, son las variaciones sociales introducidas de la mano de las desregulaciones (desempleo, precariedad, reducción de la protección social, aumento de la desigualdad) las que se han querido afrontar con un aumento de la presión legal y policial (Hebberecht y Duprez 2001). Por su parte, aplicada esta tendencia al análisis de las políticas de seguridad en el Estado español, Amadeu Recasens i Brunet ha señalado el aumento de la demanda social de seguridad durante los años 80 y una transformación del objeto de intervención de la policía y la justicia con respecto a la época franquista. El terrorismo, la delincuencia juvenil, el aumento del consumo de drogas y la conversión de España en un Estado receptor de inmigración, fueron los ejes alrededor de los cuales se formularon esas demandas sociales y las intervenciones de los poderes públicos, todo ello en un contexto de reorganización de la economía y de cambios culturales. Posteriormente, la década de los 90 se caracterizó por un progresivo aumento de las medidas policiales en detrimento de las sociales (en la misma línea que lo señalado por Hebberecht y Duprez en lo referente a Europa). Esta línea de actuación iniciada con los gobiernos del PSOE y reforzada con los del PP, se articulaba alrededor de un discurso sobre el crecimiento de la delincuencia, algo que las propias estadísticas policiales se encargaban de desmentir, según el autor (Recasents i Brunet 2001).

8. Naredo Molero se apoya en Dominique Duprez y Mahiedinne Hedli, 1992, Le mal des banlieues? Sentiment d’insécurité et crise indentitaire. Paris, L’Harmattan.

9. En los últimos años asistimos a una fuerte producción comercial del valor de la seguridad. En la medida en que se ha difundido la desconfianza hacia el entorno y ha aumentado la capacidad de consumo de algunos sectores sociales, los productos y servicios de seguridad privados han encontrado un mercado abierto. Esto ha contribuido a generar el mensaje sobre la inseguridad generalizada a través de la publicidad.

10. Esta idea es ampliamente desarrollada por Ulrich Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim, quienes se refieren a la soledad en las sociedades individualizadas de la modernización reflexiva y al anhelo de vínculos románticos, como el que supone el establecido con el hijo (Beck, y Beck-Gernsheim 1990: 202-204).

 


 

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