Gazeta de Antropología, 2013, 29 (2), artículo 01 · http://hdl.handle.net/10481/28509 Versión HTML  ·  Versión PDF
Recibido 3 julio 2013    |    Aceptado 6 agosto 2013    |    Publicado 2013-10
Antropología y Nuevas Ruralidades
Anthropology and New Ruralities






RESUMEN
En este texto presentamos una revisión teórica de las lecturas de las nuevas ruralidades, partiendo de las contribuciones de la Antropología y otras Ciencias Sociales a los estudios campesinos y a los estudios rurales. Cuestionando la ruralidad en su perspectiva histórica y encuadrándola en los procesos de urbanización sociocultural, cuestionamos el objeto y significados de las transformaciones rurales, que pasan por escuchar a la heterogeneidad de sus agentes y por analizar las nuevas revitalizaciones de estos espacios.

ABSTRACT
In this study, we present a theoretical overview of the reading of new ruralities, drawing on Anthropological and other Social Science research in peasant studies and rural studies. Considering rurality from a historical perspective and viewing it within the context of processes of sociocultural urbanization, we examine the purpose and meanings of rural transformations by taking into account the heterogeneity of the social agents involved and analysing the new revitalization of these spaces.

PALABRAS CLAVE
antropología | nuevas ruralidades | campesinado | posruralidad | neorurales
KEYWORDS
anthropology | new ruralities | peasantry | post-rural | neorural inhabitants


 1. Introducción (1)

 

En España, en la década de 1950 vivían en núcleos de menos de 2000 habitantes unos 11 millones de personas, hoy viven menos de 7 millones. En la actualidad, a pesar de los procesos de periurbanización y rurbanización, del total de la población española solamente un 24% reside en municipios considerados rurales desde el punto de vista técnico-administrativo, es decir con menos de 10.000 habitantes. En España el número de explotaciones agrarias ha disminuido de 1.289.451 en el año 1999 a 989.796 en 2009 (INE Censo Agrario del 2009), lo que significa una reducción de un 23,2%.

En los últimos años estamos asistiendo a un proceso de nuevas relaciones entre lo urbano y lo rural que están transformando los universos sociales y culturales, no ya dicotómicos sino permeables, muchas veces ambivalentes y en constante reconstrucción, adaptación y cambio. Durante el periodo entre 2000 y 2010 el crecimiento demográfico de los municipios españoles de menos de 2000 habitantes ha sido de un 9,8%, producido por el efecto de su saldo migratorio (15%), siendo el crecimiento vegetativo aún negativo (5,8%). Este crecimiento tiene sus excepciones en Galicia, Castilla León, Asturias y Extremadura, donde ha sucedido todo lo contrario. La superficie agraria media por explotación ha aumentado en todas las comunidades autonómicas españolas entre 1999 y 2009, siendo Galicia la que más, un 45,9%, seguida de La Rioja, un 32,6% y Cantabria con un 30,2% (fuente: INE Censo Agrario). En el año 2001 había en España unos 5497 establecimientos de turismo rural, en el 2011 había 15.035, y de 1.210.891 turistas recibidos en el 2001, pasaron a recibir 2.715.896 en el 2011 (fuente: INE encuesta de ocupación a los alojamientos de turismo rural, 2011). Son apenas dos indicadores del cambio, pero pensamos que bien significativos de la transformación de los espacios rurales.

De esta forma, los llamados tradicionalmente espacios rurales se están redefiniendo globalmente y de manera particular en Europa y en el Estado Español. Los denominados neorurales y rurbanos han adquirido cierto protagonismo en la reconstrucción, mirada y resignificación de los “viejos” espacios rurales, y han entrado en un proceso de diálogo con instituciones y otros protagonistas. Lo cierto es que estamos asistiendo a una serie de transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales de los sentidos del lugar “rural” que es necesario repensar desde el punto de vista teórico, metodológico y también desde la intervención-aplicación.

En este texto de reflexión teórica trataremos de construir un pequeño estado de la cuestión sobre los mecanismos, procesos, agentes y actores sociales que intervienen en la conformación de las nuevas ruralidades, principalmente ibéricas y sin olvidar marcos comparativos más amplios. También prestaremos atención a los procesos, siempre incompletos y en constante cambio, que registran nuevos paisajes culturales humanos.


2. De los estudios campesinos a los estudios rurales pos-campesinos: el aporte de la antropología

En la transformación del objeto de estudio de la antropología, los estudios campesinos han jugado un papel muy importante (O´Neill 2006, Fernández de Rota 2009, Rodríguez Becerra y Macías 2009). El cambio del estudio de pueblos exóticos y distantes geográficamente al nuevo centro de atención de los exóticos próximos se produjo en los años 1930 y 1940 con la consiguiente creación de una antropología del Mediterráneo y una antropología del campesinado que si bien inicialmente siguió la metodología de los estudios de comunidad presentistas, poco a poco fue incorporando una antropología histórica y una antropología relacional local-global.

Los estudios campesinos hechos desde la antropología han servido para reinventar y redefinir la propia disciplina en su viaje de estudiar humanos en cualquier lugar del planeta. Si bien en este camino la antropología se hizo urbana y glolocal, los estudios campesinos se redefinieron como estudios rurales, pero dejando estos al dominio de otras ciencias sociales y de las ciencias agrarias, quiénes han tenido un papel central como ingenieros sociales del cambio social, auxiliando la ingeniería agraria y las políticas de desarrollo rural con discursos conformadores de las mismas. Los antropólogos se han centrado en mayor medida, al menos en la Península Ibérica, en el análisis e intervención en el patrimonio cultural y natural, y al mismo tiempo, pero en menor medida, en una antropología del y para el desarrollo rural, aunque sin tener el peso social de otros dominios científicos. Esta afirmación, lejos de ser un lamento, es una constatación que aún hoy en día se mantiene vigente.

Estos procesos se explican también en parte por la evolución histórica de las propias comunidades rurales estudiadas, que han provocado una evolución de las ciencias sociales en el sentido de dejar de mirar al objeto campesino como único del medio rural, para centrarse en otras problemáticas como el turismo rural, género y desarrollo rural, riesgos ambientales, nuevas tecnologías, educación, patrimonios culturales, museos, movilidades y servicios sociales, despoblamiento y repoblamiento, nuevas ruralidades, resistencias al cambio y a la dominación, etc.

A este cambio de mirada y de objeto, pero también de método, ha contribuido modestamente la antropología; las aportaciones a los estudios campesinos es el punto de partida para entender su papel en los estudios rurales y en las nuevas ruralidades más allá de una perspectiva dicotómica rural/urbana. Entre las primeras aportaciones de los estudios antropológicos del campesinado destacan las protagonizadas por Wolf (1955), y las contribuciones de Redfield (1960) y Arensberg y Kimball (1988) (2) al centrarse no únicamente en la conceptualización y definición de los modos de vida campesinos, sino la aproximación a una antropología de la nación-estado desde la mirada local de proximidad cotidiana. Los campesinos que esos antropólogos estudiaban vivían en estados, eran afectados por legislaciones y por mercados dominados desde centros de poder ajenos a ellos. Aunque esta perspectiva fue secundaria en muchos casos, autores como Wolf (1975) y Mintz (1996) inician una corriente de economía política que va a situar al campesinado en sus relaciones con contextos nacionales e internacionales.

El cambio de mirada ha contribuido también a la redefinición de la propia antropología, al cuestionar la necesidad de estudiar grupos de pequeña dimensión, bien delimitados y observables empíricamente. De esta forma se ultrapasó la idea de que lo local se explica por lo local, para ir pensando lo local en sus relaciones dinámicas y dialécticas con lo global. Podemos afirmar como síntesis que los estudios campesinos han contribuido decisivamente a la conformación de la teoría antropológica, y su impacto transciende el análisis de un objeto de estudio problemático y en constante transformación.

En el caso de la Península Ibérica (Leal 2000, Pina-Cabral 1989, Narotzky 2001, entre otros) los estudios campesinos realizados desde la antropología han contribuido decisivamente en varios aspectos: la aproximación a la diversidad cultural interna; la superación de los esquemas metodológicos tribales para entender los contextos rurales dentro de tradiciones históricas, en relación con ciudades y desde una perspectiva sistémica; el entendimiento del significado del campesinado y la construcción social del significado del mismo; la superación de la dicotomía rural/urbana, para mirar el continuo rural-urbano de una forma compleja; y el cambio de mirada y de preocupación para integrar también los estudios del éxodo rural-urbano (campesinos en ciudades).

De la misma manera que la antropología hegemónica de la época clásica en la que se primaba el trabajo de campo sobre pequeños pueblos y aldeas, las primeras obras etnográficas realizadas en el territorio del Estado Español también trataban del “folc” rural, muchas veces visto éste como un microcosmos metáfora de la nación-estado; se utilizaba la aldea como una lente para mirar espacios más amplios.

A pesar de las investigaciones sobre otras temáticas (Del Valle y otros 1985, McDonogh 1986, Moreno 1982, San Román 1976, Terradas 1979) se continuó esta tendencia hacia el trabajo de campo en el rural realizado tanto por antropólogos nativos (Cátedra 1989, Cátedra y San Martín 1979, Fernández de Rota 1984, Fidalgo 1988, Lisón Tolosana 1966) como foráneos (Christian 1972, Harding 1984, Ott 1981, Tax Freeman 1970), aunque también se estaba produciendo un corpus de obras sobre pueblos de tamaño medio (Gilmore 1980, Moreno 1972, Pitt-Rivers 1961).

En la antropología de la España rural había obras etnográficas que se centraban también en un contexto más amplio, incluyendo el análisis sobre el impacto del estado y la estructura administrativa, los mercados, vínculos entre asentamientos y migraciones, entre otros. Por ejemplo, antropólogos como Douglass (1975) estudiaron la emigración desde los espacios rurales, mientras que Pi-Sunyer (1973 , 1977) analizó la expansión del turismo en la costa. En un documental etnográfico de Mintz (1978), se observa la ambivalencia experimentada por un señor mayor del campo andaluz cuando su familia le presionaba para desplazarse a Valencia, a donde ya se fueran sus hijos, nietos y también su esposa. Es pertinente introducir aquí la reflexión de Geertz (1989) al advertir que los antropólogos no estudian aldeas, sino que estudian en las aldeas, diferenciando entre el objeto y el local de estudio; de la misma manera crítica se sitúa Narotzky (2001) al analizar los estudios de comunidad realizados en territorio español y concluir que estos se asientan en continuas polaridades y obvian los contextos de transformación.

En la antropología realizada sobre las relaciones rural/urbano en el estado español, nos encontramos con obras clásicas sobre esta problemática específica (Caro Baroja 1963 y 1966; Kenny 1962), otras más recientes que se centran en los vínculos urbano/rurales desde el punto de vista de la ciudad (Cátedra 2008; Rodríguez Campos 2008), otras que examinan procesos de cambio (Bretón, Comas y Contreras 1997) y rurbanos (Pereiro 2005), procesos de minorización en la institución escolar (Prado 2007), y clases sociales y conflicto (Solana Ruiz 2000).

Desde una perspectiva ibérica, los estudios rurales que desarrolla la antropología en la actualidad se pueden definir como “poscampesinos”. Aunque el campesino continúa existiendo, éste ha cambiado mayoritariamente hacia un perfil empresarial y, además, en muchas estructuras sociales ha pasado a ser residual porque son más abundantes otros agentes sociales, como los neorrurales, retornados, trabajadores rurbanos pendulares, etc.; todo esto exige así un cambio de lente que hemos expuesto recientemente:

“cuando tratamos de acercarnos a las ‘nuevas ruralidades’ tenemos que pensar en cómo los espacios rurales, sus habitantes y los que atraviesan estos espacios con más o menos duración están todos situados dentro de un sistema global en términos de economía política, ecología, redes sociales, y significaciones culturales” (Roseman, Prado y Pereiro 2011: 2166).

Ruiz y Delgado (2008) consideran importante señalar el conjunto de acepciones que se dan a la nueva ruralidad y que incluso cuestionan su potencial explicativo. Desde nuestra perspectiva se hace necesario estudiar e intervenir en cuestiones como: las movilidades urbano-rurales y sus metáforas; los procesos de despoblamiento y repoblamiento rural; las políticas de desarrollo rural; los turismos rurales; los flujos urbano-rurales, sus resistencias y adaptaciones a los contextos de globalización; las interculturalidades, encuentros y desencuentros entre la ideología pastoral bucólica y las experiencias cotidianas; las nuevas producciones espaciales de las localidades y sus redefiniciones naturalistas y patrimonialistas; los usos de las memorias y de las nostalgias en los procesos de re-ruralización de los espacios rurbanos; el papel jugado por la institución educativa en la producción de miradas sobre lo rural y su implicación en el desarrollo comunitario; las culturas juveniles rurales, su permeabilidad y ambivalencia en lo que concierne a las experiencias sociales como rurales, urbanos y rurbanos; las crisis, rupturas y reajustes de las poblaciones “rurales”; la proletarización y empresarialización de los campesinos; las formas de producción no capitalista dentro del mercado capitalista.


3. La ruralidad en perspectiva histórica: modelos culturales de poblamiento, despoblamiento y repoblamiento

El desarrollo del capitalismo ha supuesto la integración en el mercado de los espacios rurales, pero también su dominio bajo los intereses de la urbe. La apropiación de sus recursos naturales lleva parejo un proceso de urbanización sociocultural y socioeconómica de muchos territorios rurales que se han adaptado a costa de aumentar su dependencia con relación al exterior, y al mismo tiempo procesos de movilidad demográfica y biográfica. Esta adaptación forzosa a la cual se ha visto sometida lo rural, no ha sido linear ni homogénea en todos los contextos, sino que se ha rearticulado con modos culturales heterogéneos y ha conformado también resistencias y culturas subalternas. Por lo tanto, lo rural hay que pensarlo desde el presente como parte de un territorio más amplio y también como parte de un proceso histórico de movimientos demográficos. Esto nos lleva a comprender mejor la construcción de significados de lo rural cuestionando las perspectivas dramáticas del cambio, las nostálgicas e idealistas del pasado y las idílicas que presentan lo rural como un paraíso.

Las ciencias sociales adoptan diferentes perspectivas teóricas cuando se aproximan a las relaciones rural-urbanas, pero todas asumen implícitamente un modelo descriptivo de despoblamiento-poblamiento y repoblamiento rural. De acuerdo con este modelo el proceso de urbanización de los espacios rurales es fruto de cambios culturales (mudanza de valores) y estructurales (mudanza tecnológica e infraestructural). Este proceso no es uniforme ni homogéneo, pero sí que presenta algunas características comunes.

En la primera fase, la de despoblamiento rural, el éxodo rural a las ciudades es estimulada por las políticas de industrialización y es protagonizada generalmente por los más jóvenes. En una segunda fase, la de poblamiento rural, que suele coincidir con la pos-industrialización urbana, se inicia una inmigración de retorno temporal al rural y una pequeña transformación de las estructuras socioeconómicas: nuevas residencias, estilos de clase media urbana, segundas residencias y nuevas segregaciones sociales. En esta fase muchos de los nuevos pobladores aún mantienen su empleo urbano, y tienen un pie en el rural y otro en el urbano. En una tercera fase, la de repoblamiento rural, el retorno al espacio rural ya será de familias enteras, bien jubilados o jóvenes neorrurales para residir y trabajar en empleos ligados al sector terciario o a nuevas formas de producción agraria como la horticultura, la agricultura o la ganadería ecológicas.

Utilizando como límite los municipios con menos de 20.000 habitantes, Rodríguez Labandeira (1991: 40) indica que en 1877 el 79,2% de la población española era “rural” y en 1930 el porcentaje era del 68,8%, mientras que Sánchez Jiménez (1975) expone que la mitad de españoles vivía en municipios con menos de 5.000 habitantes en 1900. Hay que tener en cuenta que muchos de los que partieron de España en las distintas etapas migratorias del siglo XX eran campesinos.

La pérdida poblacional rural cambió en los años 1990. Según Roquer y Blay (2008) se produjo un “crecimiento anual constante” de la población de los municipios no urbanos en España entre 1996-2006, y en 2007 el 21,8% de la población vivía en este tipo de municipios (Camarero y otros 2009). Se trata de una población heterogénea, compuesta por jubilados, nativos, inmigrantes y trabajadores que realizan el commuting diario o semanal a sus empleos ubicados en ciudades medias o grandes. Entre los inmigrantes, los hay que practican “migraciones de retiro”, como los procedentes del norte de Europa, y otros que llegan en busca de un empleo. En algunos casos su trabajo deriva de la diversificación de la economía rural hacia, por ejemplo, la agroindustria, en vez de la agricultura de pequeña escala, y los servicios en general (Roquer y Blay 2008).

Hoy en día hay patrones claros de desequilibrio demográfico que apuntan hacia la necesidad de hacer más estudios comparativos; por ejemplo, en muchas zonas rurales hay más hombres que mujeres, proporciones altas de gente con más de 70 años, y una mayor proporción de residentes con discapacidades y dependientes que en municipios urbanos (Camarero y otros 2009). En algunos municipios en el este de España, más del 10% de la población está compuesta de inmigrantes de fuera de la Unión Europea (Camarero y otros 2009) que han llegado para trabajar pero que tienen intención de retornar. Roquer y Blay (2008) exponen que más de los dos tercios del crecimiento se debe a la inmigración extranjera.

Hay que destacar que este proceso de repoblamiento no es uniforme en todos los contextos, ni obedece a una periodización igual en todos los casos, pero sí que puede ayudar a comprender, sobre todo en el caso europeo, las relaciones de movilidad demográfica entre lo rural y lo urbano, y la urbanización cultural de los territorios clasificados tradicionalmente como rurales. No estamos ya en una aldea global, sino en una urbe global, de la cual forma parte lo rural en cuanto espacio-territorio y en cuanto modo de vivir rurbano integrado en lo urbano.

En el caso del Estado español, el fin del bloqueo de los Estados Unidos en el año 1953 proporcionará la salida de la etapa más dura de la posguerra civil, que impulsa la industrialización y el éxodo rural. Esto contribuye también a un cambio en el modelo agrícola y a una cierta concentración parcelar, aumento de la maquinaria, la productividad y el descenso del número de campesinos.

Estos cambios tuvieron impactos diferentes sobre las distintas categorías demográficas. Por ejemplo, como indica Sampedro (1996), hasta los años 1990 la desagrarización generaba la contribución de las mujeres como mano de obra familiar, pero al mismo tiempo se aumentaba su participación en la pluriactividad, principalmente en sectores con sueldos bajos y pocas oportunidades. Este patrón indica una tendencia general a la terciarización juvenil y femenina en la agroindustria, hostelería, servicio doméstico y otros sectores que derivaban “de la interacción de los mercados de trabajo con las dinámicas laborales internas de las familias” (Sampedro 1996: 507-529). Camarero y Sampedro (2008) exponen para los casos de Castilla y León y Valencia que es importante examinar distintas etapas y generaciones para entender los procesos de “sobreemigración de mujeres”, las diferencias según el género con respecto al commuting y la masculinización rural en muchas zonas rurales de España.

Sabemos que la desagrarización llevó al abandono relativo de la proporción de terreno dedicado a agricultura en muchas zonas (Weisstenier y otros 2011), algo que no solamente generó graves peligros ambientales sino que también consolidó el tipo de transformaciones del paisaje con los cambios sociales y culturales que definen las nuevas ruralidades. Otros autores describen las influencias sociales, económicas, y culturales del crecimiento de la tasa de viviendas secundarias y la oferta de alojamiento rural a los turistas (Lois, Piñeira y Santomil 2009, Rodríguez 2008). Aunque existían viviendas secundarias históricamente, su presencia en nuevas zonas, tanto en el interior como en el litoral, tiene nuevos sentidos hacia la desagrarización general. Como indicó Ortega Valcárcel en 1975, pertenecen al proceso general de urbanización del campo. Al mismo tiempo, en el caso gallego, a pesar de la expansión de la oferta de alojamientos turísticas desde 1993 debido a subvenciones, hay que tener en cuenta que el nivel de ocupación era un 20% o menos hasta 2001 y descendió a 16.41% en 2008 (Lois, Piñeira y Santomil 2009: 72). Hay una ironía en todo esto, puesto que muchas veces la oferta está ubicada en las zonas costeras o cerca de las grandes ciudades en paisajes que están bastante “urbanizados” y quizás menos atractivos para los turistas (Lois, Piñeira y Santomil 2009: 81-88). Este patrón está relacionado con la construcción no regulada asociada a la “suburbanización” gallega comenzada en su primera etapa en 1970-1991 (Ferrás 2009). Mediante estos ejemplos apreciamos que tanto el repoblamiento como la despoblación están vinculados con cambios en el paisaje rural que derivan de transformaciones en la infraestructura pública, la arquitectura y las actividades económicas, incluyendo la desagrarización y el aumento de la agroindustria.


4. De lo rural a lo neo-rural: ¿el fin del campesinado?

En este apartado presentamos una “desreificación” de los conceptos rural y urbano desde los análisis realizados por las ciencias sociales. Si bien es cierto que ha existido cierta absolutización de los dos conceptos, que continúa existiendo en legislaciones y políticas de ordenación del territorio, nuestra perspectiva es relacional y relativa, entendiendo estos conceptos como polisémicos, constructos culturales relativos y con significaciones diferentes y heterogéneas según los contextos sociales específicos. Más que atributos y rasgos, lo rural y lo urbano los entendemos como relaciones y procesos, más que conceptos precisos son metáforas con sentidos y significaciones plurales.

Los análisis de las ciencias sociales sobre lo rural y lo urbano se han centrado inicialmente en la polarización dicotómica, donde lo dominante sería lo urbano y su modelo de relaciones sociales secundarias de tipo ideológico-económico, más individualistas, secularizadas y heterogéneas. Lo rural fue representado como lo anti-urbano y la negación de lo urbano. En relación con el modelo anterior nace el continuo rural-urbano que perspectiva un continuum de diferencias difusas mediante una transición liderada por lo urbano y que traería consigo más desorganización, secularización e individualismo. Desde esta perspectiva, igual que la anterior, el mundo rural no tendría capacidad para el cambio endógeno. El resultado de ese continuum sería un contacto aculturador, la modernización y el cambio social, que tendrían asociados la dicotomía tradición (rural) versus modernidad (urbana).

Desde mediados de los años 1950 aparecen un conjunto de teorías que asumiendo la dicotomía rural/urbana podríamos definir como teorías de la modernización rural, que parten del principio de que lo rural es un estadio de atraso social y económico que es necesario cambiar de acuerdo con modelos urbanos (Rogers y Svenning 1973). Estas teorías están ligadas a lo que podemos denominar desarrollismo modernizador del campo. Algunos ejemplos de la aplicación de estas teorías al caso español son los trabajos reunidos por Douglass y Aceves (1978), que caracterizaban las comunidades rurales como entidades cerradas, relativamente aisladas y autárquicas, además de conservadoras de tradiciones. Según este modelo culturalista el ethos rural campesino estaría caracterizado por su desconfianza en las relaciones sociales, la percepción del bien limitado, el familismo, la falta de innovación, el fatalismo, las limitadas aspiraciones, poca empatía. Las críticas a estas teorías, siguiendo a Comas y Contreras (1990), pueden resumirse en: son un modelo atemporal, inmutable, estático y ahistórico; representan un modelo acontextual y no consideran las relaciones local-global; son modelos teleológicos que no explican los factores de cambio en las comunidades rurales; son esencialistas que mistifican e idealizan lo rural y lo urbano como entes que parecen puros; se olvidan de las diferencias de clase, las relaciones de poder y de los conflictos; conceptos como tradición, modernidad, rural o urbano se usan como absolutos y no como relativos; y obvian la penetración del capitalismo en el mundo rural y sus mecanismos de transformación, que solamente pueden ser entendidos en marcos globales. En resumen, las teorías de la modernización presentan una caracterización psicologista y etnocéntrica, reductora y descontextualizada.

En los años 1970 aparece en Estados Unidos un nuevo modelo para comprender las relaciones entre lo urbano y lo rural, el de la “contraurbanización”. La contraurbanización intenta comprender el urbanismo desconcentrado y descompactado, es decir, la expansión física, social y cultural de la ciudad. Para unos autores la salida de personas hacia el rural se debe a los problemas sociales y ambientales de la ciudad (Berry 1976, Champion 1989); otros se centran en la crisis del capital y la búsqueda de nuevos espacios (Harvey 1992, Lefebvre 1975, Gottdiener 1988); y otros como Cloke (1985, citado en Souto 2001: 70-71) interpretan la contraurbanización como una regeneración demográfica y social del rural motivada por factores macro como la descentralización de industrias y servicios, los nuevos estilos de vida, la mayor accesibilidad y el pendularismo, y por factores micro como la atracción rural entendida como los buenos precios del mercado de tierras, la calidad del medio ambiente, la estética del paisaje, la conservación del patrimonio cultural, la mejora de las infraestructuras, la vida en comunidad y la mayor tranquilidad.

El modelo de la contraurbanización dio pie a un conjunto de teorías que podemos encuadrar bajo el epígrafe revitalización y renacimiento rural. Estas perspectivas convergen en una nueva mirada sobre la transformación rural y los procesos de repoblamiento posterior al despoblamiento o éxodo rural-urbano, y reivindican el rural como espacio, modo de vida y modelo alternativo de sociedad. Este renacimiento rural hay que relacionarlo con las nuevas maneras de percibir y valorar simbólicamente lo rural: desarrollo sostenible, el naturalismo, la patrimonialización y la ideología pastoralista (Marx 1964, Halfacree 2007). Estas nuevas valoraciones responden a una crisis de valores en el medio urbano y al cuestionamiento de la idea de progreso ilimitado y continuo, y de la modernización en cuanto proyecto social totalizador. En estos modelos lo rural deja de ser sinónimo exclusivamente de ager, agro o agrario, para convertirse en “campo”, nuevo sentido de lugar que significa la reconversión cultural de los espacios rurales condicionados por la aparición de nuevos agentes sociales. Agrupamos en este conjunto de teorías los modelos pos-rurales, los rurbanos y neo-rurales.

El modelo pos-rural, vinculado con las teorías posmodernas, asume dos nuevas dicotomías: entre lo rural y lo pos-rural, y entre lo pos-rural y lo urbano. De acuerdo con sus teóricos (Cloke 1997, Murdoch y Pratt 1993, García Sanz 1996, Ferrão 2000), la industrialización de la agricultura y su mercantilización acelerada provocó diferencias entre un mundo rural moderno y otro tradicional después de la Segunda Guerra Mundial en el caso europeo. Otra diferencia conceptual de este modelo es la diferencia entre áreas rurales centrales, áreas rurales periféricas (menos próximas física, funcional y socioeconómicamente de los centros urbanos) y áreas marginales alejadas de los centros urbanos. Lo pos-rural representa una nueva valorización simbólica, cuya dependencia de lo urbano se puede resolver con una buena gestión de sus recursos, ya no únicamente agrarios porque se asocia a la naturalización (por ejemplo los parques naturales) y la patrimonialización, sino también con políticas ambientalistas, mejora de los servicios públicos e introducción de las nuevas tecnologías de la información.

Se emplearon los términos rurban y rurbanización durante los años 1930 y 1940 en los Estados Unidos para describir el cese de crecimiento de las grandes ciudades y el aumento de los asentamientos cerca de las ciudades (Dodson 1939). Para analizar las comarcas (counties) en el estado de Washington, Reuss (1942) distingue entre “la población agrícola” (farm population), “la población de las villas” (town population), y la población rurbana no agrícola, e introduce el término rurbia para indicar que se trataba de una mezcla entre lo urbano y lo rural, una extensión de la aglomeración de la ciudad. El propio gobierno estadounidense contribuyó a este proceso en algunos casos, como el establecimiento de casas con terreno para cultivo de subsistencia para las nuevas colonizaciones durante la Gran Depresión (California State Planning Board 1934).

Estas comunidades se plantearon también desde el concepto “limítrofes rurbanos” (Reuss 1942, Firey 1946), un término semejante al de “comunidad limítrofe” empleado por Arensberg y Kimball (1965) en la investigación realizada en poblaciones rurales que experimentaron un rápido crecimiento donde se distinguía entre los recién llegados o newcomers y los descendientes de los primeros colonos. Esto está relacionado, tanto con el concepto de rurban como con el de neorruralismo, al que referiremos más adelante.

Bauer y Roux (1976) utilizaron el concepto de rurbanisation en Francia y enfatizaron que no se debía tanto a una transformación de espacios rurales sino a una interpenetración de espacios urbanos y campesinos. Este concepto se ha utilizado en la investigación de dinámicas similares en otros países, como Patel (1969) en la India, Van den Berg (1984) en Zambia, Di Iacovo (2004) en la Toscana, García de León (1996) para referirse a la transformación del campo español, o Pereiro (2005) en el caso gallego (ver también Laquian 1969, Eaton y Solomonica 1980). Pereiro expone que “el rural y el urbano son, desde esta perspectiva, arquetipos sociales y morales, pero no sociedades diferentes, al contrario, son formas de espacialización de la sociedad global, en la cual se establecen límites, heterogeneidades y discontinuidades” (Pereiro 2004: 88).

El modelo neo-rural se ha asociado en su nacimiento en los años sesenta a la contracultura y al movimiento hippie en Estados Unidos y a la llamada revolución del Mayo del 68 en Francia, conocidos como inmigrantes de la utopía. Las investigaciones sobre los neorrurales trataron de explicar por qué existía una búsqueda de una mejor calidad de vida en el medio rural y el impacto del aburguesamiento (3) sobre las familias o pobladores ya asentados en el espacio rural (Cloke y Little 1990). Estos movimientos encuentran puntos de convergencia en el rechazo del estilo de vida y los valores relacionados con el urbanismo capitalista (Kayser 1990 y 1993, Léger y Hervieu 1979) y una ideología de vuelta a la naturaleza; un proceso diferente al éxodo rural, ya que ahora tratan de situarse al margen de la lógica del sistema capitalista.

En contextos como el rural quebequés, Simard, Hébert y Martin (2003) exponen que el concepto “neorrural” no se introduce hasta el año 1981 y que se utilizaba el concepto ex-urbanos para referirse a una población que ha vivido en un entorno urbano. Forsythe (1980) distinguió entre los retornados y los migrantes, o refugiados de la ciudad en la región escocesa de Orkney. Catteneo (2006) compara los neorrurales que viven en aldeas en los Pirineos Ibéricos en el área del Alta Garrotxa con los okupas de Barcelona.

Los modelos expuestos de revitalización y renacimiento rural han dado lugar a una diversidad que Oliva (2010) denominó nuevos crisoles rurales (new rural melting pots) para describir la complejidad que podemos encontrarnos en algunas comunidades de la España rural: “pensionistas retornados, migrantes jubilados, habitantes neorrurales, clases profesionales ex-urbanas, turistas, trabajadores emigrantes, y emigrantes del sector servicios” (Oliva 2010: 280, Rivera 2009), de manera semejante define Covas (2008) el perfil de los agentes neorrurales en Portugal: rurbanistas, residencialistas pendulares, turistas de naturaleza, ecologistas militantes, cazadores reservistas, deportistas radicales, arquitectos del paisaje, agricultores integralistas, patrimonialistas populares, inversionistas, consumidores funcionalistas, bioclimáticos y arquitectos sostenibles. Entrena Durán (1998) dice de ellos que reclaman la revitalización de un mundo ya desaparecido que en realidad no fue tal como es deseado y que esta nostalgia es una manifestación de actitudes frente a la crisis ambiental y existencial de las sociedades urbano-industriales.

En síntesis, podemos concluir este apartado respondiendo a la cuestión planteada en el título afirmando que el campesino no desaparece de lo rural, sino que se adapta en un proceso de transformación que no supone su destrucción y desintegración, sino su articulación con otros agentes sociales como los nuevos rurales y su nueva posición en el espacio global.


5. Los agentes sociales de las nuevas ruralidades: identidades y ruralidades

Como hemos expuesto en el apartado anterior, las nuevas ruralidades han emergido como consecuencia de múltiples factores y se han asociado a una ruralidad dinámica que contrasta con las perspectivas anteriores de homogeneidad e inmovilismo con las que se caracterizaba lo rural. Sin embargo, asociado a esta nueva ruralidad, también es cierto que desde el propio medio rural se han construido imágenes en muchas ocasiones diferentes a las asociadas al propio medio. Por ejemplo, se ha generado una reconversión simbólica de muchos objetos que antaño eran despreciados por viejos y se encuentra en desuso, es decir, se ha reificado con la intención no exclusivamente de preservarlo, sino que ejerza la fuerza suficiente para transmitir significados. Es el caso de muchos establecimientos hosteleros, bien sean estos casas de comidas, casas de turismo rural o una taberna, que exponen diversos aperos de labranza, materiales de cocina, y un largo etcétera, que vehiculan imágenes asociadas a lo tradicional como calidad o a un pasado del que sentirse orgullosos. También el neorruralismo, como expone Pereiro (2012), convierte muchos iconos rurales en ruralistas con el fin de generar símbolos estéticos y de prestigio que mitifican e idealizan el pasado, lo objetualizan y niegan otros procesos como “la dureza de las culturas del trabajo y las memorias de las dificultades de reproducción en el rural”, o que muchos de los objetos fueron creados en relaciones de explotación y conflicto (Hooper-Greenhill 1994) y no se tienen en cuenta en estos procesos de patrimonialización.

Por ejemplo, Pereiro y Prado (2005) muestran, para el caso de la comarca gallega de la Ulloa, como la oferta gastronómica se encuentra condicionada por imaginarios colectivos sobre el “buen comer” y el “buen beber” y también por la forma cómo, cuándo y con quién se come y bebe. Por lo tanto, los visitantes, además de consumir gastronomía o un alojamiento de turismo rural, también consumen otros elementos como la cultura, el paisaje o, como expuso Greenwood (1992), identidades mercantilizadas porque los elementos de la oferta gastronómica sirven como elementos o señas de identidades socioculturales (étnica, clase, género, edad, territorio, etc.). Pereiro y Prado inciden en que las identidades socioculturales expuestas han sido afectadas por la globalización en su homogenización, pero también para construir nuevas resistencias y adaptaciones. Es el caso de nuevos discursos, que también generan nuevas identidades, donde se prima lo sustentable, lo ecológico, o incluso el ecoagroturismo, además de nuevas perspectivas y visiones de la afirmación de lo rural. Incluso grupos de jóvenes de procedencia rural que se han trasladado a la ciudad a trabajar y que siguen vinculándose a lo rural porque es un elemento central de su identidad o de la identidad de aquellos que también participan y proceden en muchos casos de entornos socioculturalmente diversos; así entendemos como los jóvenes puede ser auténticos dinamizadores de áreas rurales al inventar y reinventar fiestas, tradiciones y romerías, crean grupos de música, organizan certámenes de teatro o tratan de envolver a la comunidad (Prado 2012), a pesar de que muchos de ellos han alcanzado una cualificación técnica y científica que, sin embargo, no ha revertido en el medio de procedencia.

Por lo tanto, si bien hemos hecho hincapié en la diversidad presente en el medio rural, no podemos dejar de constatar la multiplicidad de agentes que hoy en día son protagonistas en las nuevas ruralidades. Bien nos centremos en los propios pobladores que tratan de generar nuevas imágenes de ruralidad (Roseman 2008), bien a los neorrurales que llegan por primera vez para residir o aquellos que lo han dejado y retornan para desarrollar su actividad debido a situaciones de crisis y al descenso de oportunidades laborales en el medio urbano, o para desempeñar su formación especializada conseguida en la academia, o también por parte de aquellos otros que se acercan al medio rural única y exclusivamente para extraer beneficios económicos pero no mantienen ningún tipo de feedback con los pobladores.

Las nuevas ruralidades emergen también como un enfoque en las políticas de desarrollo rural de múltiples organismos. Un caso paradigmático lo podemos apreciar en los planes estructurales de la Unión Europea, como el LEADER o el EQUAL entre otros, y que han servido para dinamizar económica y socialmente no únicamente el medio rural, sino también muchas de las áreas urbanas cercanas. La institución escolar también juega un papel predominante cuando se entreteje un plan pensado en la dinamización del medio, o que los conocimientos técnicos y científicos aprendidos en la academia reviertan positivamente en el medio de procedencia. A pesar de que las etnografías llegadas desde la antropología de la educación (4) muestran que la escuela ha actuado históricamente de espaldas al medio rural y ha alentado la expulsión de los más jóvenes del propio medio rural al no encontrarse en relación con la población a la que sirve en cada contexto local específico. Se alerta, en el sentido expuesto, que es necesario que el currículo escolar ponga el acento en la “diversidad de agriculturas, productores, recursos naturales, actores sociales, asentamientos humanos, instituciones, tradiciones y culturas” (Martínez y Bustos 2011: 7).

Las asociaciones han servido también como promotoras de iniciativas, como, por ejemplo, el cooperativismo agrícola. Buendía, Lins y Pires (2000) señalan, mediante el ejemplo de los estados de Dakota del Norte y Minnesota, que el cooperativismo agrícola genera una revitalización en muchos espacios rurales que tiene como consecuencias el freno de la migración, el empleo, la diversificación agraria, el impacto en las economías locales, etc. El cooperativismo se convierte en un mecanismo que puede detener el declive económico y social de muchas comunidades rurales. No estamos aquí tratando de exponer la incidencia del movimiento asociativo en el desarrollo rural -no es el objetivo de este texto- sino la generación de una nueva ruralidad en muchas áreas en las que el proyecto migratorio es al que se abocan y preparan a sus generaciones más jóvenes como principal estrategia de reproducción.

También la llegada de nuevos pobladores, como los definidos más arriba como rurbanos o neorrurales han generado nuevas relaciones. De hecho, en muchas ocasiones las relaciones entres los nuevos pobladores y los autóctonos han sido una fuente de desencuentros e incluso conflictos porque los intereses de unos y otros son bien distintos. Por ejemplo, Walker (2000) destaca, en el ejemplo del caso del Gran Toronto, que mientras los nuevos pobladores tratan de construir el medio rural como un nuevo proyecto basado en valores nostálgicos, para los pobladores autóctonos el paisaje es un medio ambiente humanamente creado y el lugar principal para reconstruir su ruralidad adaptándola al mundo capitalista a través de industrializar la agricultura.

De manera similar presenta Gómez-Ullate al movimiento contracultural en la España de los noventa al deja entrever la poca relación entre muchos de estos movimientos que se asientan en el rural y sus pobladores, debido a que existen universos morales antagónicos. De hecho, expone que existe un movimiento que comienza en el okupa y se formaliza en el neorrural, como el mismo autor expone, basándose en el análisis de Victor Turner sobre la communitas, “Tras los revolucionarios vienen los administradores” (Gómez-Ullate 2004: 96). De la misma manera exponen Rodríguez y Trabada (1991) la situación de tensión entre los que denominan repobladores y nativos, debido a que el poder del estado ejercido por la Guardia Civil y el Ayuntamiento genera una mala imagen que se transmite entre los nativos. Hasta que la situación comienza a superarse porque los nativos se van dando cuenta que las experiencias de los repobladores es seria, además de que rejuvenecen el medio y por parte de estos últimos comienza también a aceptarse los propios códigos nativos, la realidad local del propio medio, etc. Quizás algunos de los conflictos podamos interpretarlos porque muchos grupos minoritarios, como el campesino, llevan a cabo una oposición a la cultura dominante o hegemónica en la que se destacan la gran variedad de formas que muestran las estrategias de resistencia (Scott 1985, Reed-Danahay 1996). Los nuevos pobladores en los ejemplos expuestos habían podido ser representados en un principio con aquellos que ejercen este tipo de poder y los conflictos se pueden ir amainando una vez que existe un conocimiento basado en el contacto más que en las representaciones, la mayor parte de las veces estereotipadas.

Sobre el movimiento neorrural, Léger y Hervieu (1979) destacan que muchas de las expectativas de estos movimientos en Francia no se vieron cumplidas e incluso se generaron grandes decepciones por el tipo de vida en comunidad y por la dureza de las relaciones de vida y de trabajo. En el último lustro de los años setenta se genera una nueva oleada de vuelta al campo movidos por planteamientos del movimiento ecologista y, como expone Nogué i Font (1988:152), el principal objetivo ya no es la utopía comunitaria, sino el contacto con la naturaleza.

Sayadi Gmada y otros (2010) se centran en neorrurales diferentes a los asociados al primer movimiento neorrural, como son los pobladores extranjeros constituidos por “gente de estilo de vida más convencional” (Sayadi Gmada y otros 2010: 82) en la Alpujarra granadina, que aun teniendo los mismo deseos de tranquilidad generan una mayor integración y el deseo de sentirse útiles en la comunidad. Analizan el papel de los neorrurales en el desarrollo sostenible y en el impulso dado a la economía de la zona por el fuerte poder emprendedor mostrado.

El afán emprendedor parece ser otra característica de las nuevas ruralidades, acentuado en el sector del denominado turismo rural. Si bien el último término aportado es el más extendido, ya llevamos unos años escuchando nuevas denominaciones como turismo rural ecológico, ecoagroturismo, ecoturismo, turismo ecológico y sostenible, turismo responsable, etc. Estas nuevas denominaciones parecen situarse al margen del denominado turismo rural en general, aunque algunas tengan su punto de partido en el primero. De hecho, estas nuevas perspectivas, sitúen o no el “eco” en el eje de sus actuaciones, tratan de ofrecer sus servicios a un cliente responsable con el medio natural y con el sociocultural, basándose en la creatividad como característica principal, a pesar de que muchos discursos se centren en la idea de preservar. Estas nuevas perspectivas se basan en la idea de un compromiso con el medio, algo que no ha sucedido siempre con el turismo rural, puesto que se ha utilizado en muchas ocasiones el medio rural única y exclusivamente como un espacio del que obtener beneficios.

A pesar de los múltiples agentes expuestos, muchos campesinos siguen percibiendo negativamente su situación como una crisis en la que es difícil vislumbrar un horizonte de expectativas, por lo que hay que diferenciar, como expone Entrena Durán (1998), entre la construcción social que se realiza del rural y su revalorización desde los organismos oficiales y proyectos de desarrollo, o desde movimientos sociales urbanos que ven en el rural una alternativa a la forma de vida urbana y lo eligen como lugar de descanso y ocio, y las construcciones que construyen los que en el rural llevan viviendo generación tras generación con una integración de su actividad profesional en el propio medio. Es así como el propio autor alerta de la posible creación de nuevos mitos, puesto que además de manifestarse lo rural como una construcción social acorde con necesidades vitales urbanas, también puede asociarse a un “espacio laboral irregular, estacional y marginal, lo rural como lugar de trabajo de los inmigrantes, lo rural como espacio masculinizado y envejecido y hasta lo rural como devastador de recursos hídricos (Camarero 1997b)” (Entrena Durán 1998: 185).


6. Conclusión

A lo largo del texto hemos tratado tanto de realizar una revisión teórica de las lecturas de las nuevas ruralidades, partiendo de las contribuciones que la antropología y otras ciencias sociales han aportado a los estudios campesinos y a los estudios rurales. Cuestionando la ruralidad en su perspectiva histórica y encuadrándola en los procesos de urbanización sociocultural, examinamos el objeto y significados de las transformaciones rurales, que pasan por escuchar a la heterogeneidad de sus agentes y por analizar tanto los debates históricos como aquellos que se centran en las nuevas revitalizaciones de estos espacios.

Las nuevas ruralidades se asocian al término pluralidad frente a un rural al que, salvo en momentos de crisis y transformación social, poca atención se le ha prestado como un lugar también habitado por grupos humanos dinámicos, transformadores y cambiantes. De hecho, en demasiadas ocasiones se tiende a resaltar la importancia de los aspectos no agrícolas dentro del contexto rural. En las últimas décadas, la pluriactividad, nuevas actividades centradas en el turismo y ocio, la conservación ambiental, etc., han generado perspectivas diferentes sobre lo rural y, principalmente, sobre las nuevas ruralidades. También hemos prestado atención a los agentes participantes en las nuevas ruralidades, que contribuyen al proceso de redefinición rápida y acelerada de la ruralidad. Seguramente siempre ha sido así, a pesar de la mirada de homogeneidad, uniformidad e incluso ausencia de tiempo histórico a muchas comunidades. El a priori no fue que allí donde hay humanos existe actividad y cambio constante, porque si una característica define el concepto de “humano” es el dinamismo social y cultural y, por lo tanto, de construcción constante de nuevas relaciones, interacciones e iniciativas. Bien distinto es que las miradas que se proyecten nieguen este dinamismo porque sus presupuestos de partida se sitúen en un urbanocentrismo. El campesinado no ha desparecido y, tal como expone Palerm (1997), los nuevos campesinos se proletarizan en la ciudad, se empresarializan en el campo y culturalmente son catalogados como “cultura tradicional” para servir a los nuevos intereses de lo urbano dominante. En su subordinación, lo rural se utiliza ahora como nuevo objeto de consumo y no ya solamente como un espacio de producción alimentar. Esta multifuncionalidad está asociada a una profunda reconversión simbólica e identitaria.

En definitiva, nos encontramos con una diversidad de agentes presentes en un escenario (el rural) que confluyen en un punto en común: la valorización del medio rural. Sin embargo, esta valorización también muestra puntos heterogéneos, puesto que puede introducirse desde postulados que parten del reencuentro entre el ser humano y la naturaleza, como alternativa de armonía entre lo social y lo económico, como fuente de identidad, también como un lugar en el que es necesario generar desarrollo social, económico y comunitario, etc. A pesar de lo expuesto, no podemos terminar sin introducir la reflexión de Camarero (1996) de que al rural se le han asociado dos equivocaciones importantes: aquellos que lo han considerado como un residuo de la conquista de la modernidad o profetizaron el ocaso rural se equivocaron, y aquellos otros que únicamente tratan de preservarlo como museo, también yerran. En nuestra opinión, la principal fuente de errores se ha debido a que no se ha tenido en cuenta que el rural ha estado poblado por seres vivos que llegan a “convertirse en seres humanos que hablan, piensan, sienten, poseen una moral, creen y valoran; de cómo se convierten en miembros de grupos, en participantes de sistemas culturales” (Spindler 1993: 205), es decir, aquello que Spindler expone que le ocurre a los seres humanos mediante los procesos de transmisión de cultura, y el dinamismo y creatividad propios que se asocia a los seres humanos como productores de cultura.

 


Notas

1. Este trabajo es parcialmente fruto de: a) proyecto de investigación “A experiência global em turismo rural e desenvolvimento sustentável de comunidades locais”. Investigadora principal: Profª. Dra. Elisabeth Kastenholz (Universidade de Aveiro). Financiado por la FCT (Fundação para a Ciência e a Tecnologia), con la referencia PTDC/CS-GEO/104894/2008; b) la “Bolsa de licença sabática SFRH/BSAB/1186/2011″ de la FCT – Fundação para a Ciência e Tecnologia- de Portugal, concedida a Xerardo Pereiro y desarrollada en el Departamento de Filosofía y Antropología Social de la Universidad de Santiago de Compostela entre los meses de enero y julio del 2012. Agradecemos a la Profª. Nieves Herrero la magnífica acogida en el departamento. El trabajo también se encuadra en las líneas de investigación del CETRAD (www.cetrad.info), centro de investigación financiado por Fondos Nacionales a través de la FCT, en el ámbito del proyecto Pest-OE/SADG/UI4011/2011.

2. Original de 1936.

3. “Gentrification” en los textos ingleses, “nobilitização” en textos brasileños.

4. Para saber más puede consultarse Prado (2006 y 2007).




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Gazeta de Antropología