Gazeta de Antropología, 2012, 28 (2), recensión 05 · http://hdl.handle.net/10481/22565 Versión HTML  ·  Versión PDF
Publicado 2012-11
Luis Díaz y Pedro Tomé (coord.):
La tradición como reclamo. Antropología en Castilla y León.
Salamanca, Junta de Castilla-León, Consejería de Cultura y Turismo, 2007 (208 páginas).

Juan Javier Rivera Andía


RESUMEN
Recensión del libro de Luis Díaz y Pedro Tomé (coord.), La tradición como reclamo. Antropología en Castilla y León. Salamanca, Junta de Castilla-León, Consejería de Cultura y Turismo, 2007 (208 páginas).

ABSTRACT
Book review of Luis Díaz y Pedro Tomé (coord.), La tradición como reclamo. Antropología en Castilla y León. Salamanca, Junta de Castilla-León, Consejería de Cultura y Turismo, 2007 (208 páginas).

PALABRAS CLAVE
tradición | Castilla y León
KEYWORDS
Tradition | Castilla and Leon

Además del objetivo del libro, resaltado en su presentación, los argumentos de este libro ofrecen reflexiones fructíferas sobre temas que trascienden Castilla y León, y que bien podrían dialogar con la antropología de otras comarcas hispanas.

Así, el prólogo de Stanley Brandes, recordando una película de Berlanga, expresa con claridad la cuestión que aborda este libro: la creciente comercialización de la cultura que -el autor resume con esta frase: “la cultura está en venta” (p. 11)-. A partir de su experiencia en los pueblos montañosos de España, marginados de la agricultura industrial (donde hizo trabajo de campo), reflexiona sobre las consecuencias del éxodo rural: por ejemplo, el regreso temporal de los hijos de los antiguos vecinos (sea para financiar las fiestas o simplemente de vacaciones). Frente a este panorama, Brandes menciona dos “estrategias para sobrevivir” (p. 11) o para la “revitalización” de estos pueblos. Una es la repoblación por medio de inmigrantes (tema abordado después por M. Ibáñez), que ha diversificado Castilla y León, antaño tan homogénea. Otra estrategia es el turismo, asociado a las casas rurales, los portales de Internet y los museos. La visión de Brandes aquí no es del todo optimista: tales museos idealizan el pasado “con una visión falsa” (p.13) y las “transformaciones arquitectónicas y tecnológicas… han reproducido lo que se encuentra en cualquier capital o ciudad” (p. 13). El autor nos recuerda, finalmente, que detrás de este “turismo de patrimonio” no yace sino una “búsqueda y venta de identidades”, bastante acorde con la globalización y con una cierta “política neoliberalista”.

A continuación vienen las tres partes del libro, dedicadas, sucesivamente, a un pasado que se inventa, un presente en construcción y un futuro que se proyecta. La primera y segunda parte son abiertas por los coordinadores del libro, respectivamente. En el primer capítulo, Díaz Viana explora las relaciones entre la Antropología y el llamado “patrimonio cultural”. De manera similar a Brandes, señala el “sesgo claramente mercantilista… que la identidad… ha ido cobrando” (p. 18). La identidad, hoy, circula como una “moneda de cambio y mercancía en las reivindicaciones regionalistas o nacionalistas… con la que se pueda competir en singularidad y exotismos…” (p. 18). El tono del autor es, si se quiere, más desengañado que el de Brandes:

“Ya no se trata tanto de reivindicar lo propio, de defender la identidad cultural, como de que esta adquiera mayor valor en el “mercado de los distinto”… hay que promocionarse desde el tipismo, planificar el consumo de la nostalgia, gestionar los vestigios de lo que fue, catalogar las reliquias, rentabilizar el remanente de exotismo que nos queda” (p. 26).

Díaz Viana alude, además, a “ciertos grupos de mediadores” entre la cultura popular y la hegemónica, a los que adjudica una “franca manipulación” de tales identidades (p. 17). Ya sean “diseñadores de la moda” que cuidan las colecciones o subvenciones de aquello que afecta a su “negocio”, o “profesionales de la cultura” que trabajan con el “patrimonio cultural”; el cuestionamiento del autor es similar: “¿Quiénes deciden lo que debe conservarse o en razón de qué criterios se dictamina la salvaguarda de unas cosas y no de otras? ¿Por qué, en definitiva, se acuerda que algo es valioso o cuándo se torna de valor para la colectividad? A menudo, cuando ya es una ruina” (pp. 19-20). Lamentando, finalmente, los avatares de los museos de antropología en España, el autor cuestiona el papel de los antropólogos frente las políticas contemporáneas en el campo cultural. Sus opciones son expresadas sin rodeos: “quedarse al margen y dejar el territorio del patrimonio etnográfico a quienes -por lo común desde fuera de la academia… – se reclaman gestores de las culturas tradicionales,… asumir sus funciones intentando antropologizar ese campo, o estar y seguir en la arena; pero críticamente” (p. 25).

Sería difícil atenuar la pertinencia de tales reflexiones y posiciones para casos como el del Perú, donde, recientemente, la creación de un ministerio de cultura podría haberse beneficiado de debates como este. En efecto, bien podría reflexionarse sobre lo que sucede en el Perú en términos similares: ¿Qué hacer, pues, frente a autoridades y organismos estatales que deciden, por un lado, rescatar aquello que han dejado derruirse, y, por el otro, promover aquello que no constituye sino un posible buen negocio? A modo de respuesta, podría citarse la exhortación final de Díaz Viana:

“Pues lo humano, que no lo típico, es nuestro asunto… No les acompañemos en la empobrecedora trayectoria que va de la gente a las cosas. Nuestro camino es el contrario: del objeto a quien lo hizo posible, de las cosas a las gentes” (p. 27).

El siguiente texto, de A. Arnhold (el más breve de todos), critica “el mito de que el pasado, la sociedad llamada tradicional, era más armonioso” (p. 31), partiendo del caso de Burgos. Intentando develar este “ideal sin decir, sin aclarar” (p. 32), señala sus componentes: influencia mínima de la sociedad dominante, autosuficiencia, ausencia de desigualdades económicas, organización solidaria, religiosidad y ritualismo. En general, el mundo idealizado que se quiere descomponer está mejor descrito que la realidad, que solo aparece por contraste. Finalmente, sería interesante contrastar la persistencia de este mito en la región andina, donde tanto florecieron los “estudios de comunidad”.

El último capítulo de esta sección, de W. Kavanagh, trata justamente de una pequeña “comunidad” de la sierra de Gredos (de hace 30 años, aunque un epílogo agrega datos actuales), cuyo pastoreo trashumante data de al menos el siglo XIII. Describe –con una fluidez notable- la organización de la ganadería, sus rituales, sus “formas institucionalizadas de reciprocidad” (p. 47) y sus descensos a pie a las tierras de Extremadura (recientemente prohibidos). Algo que nos llama la atención son las similitudes (y contrastes) con el mundo ganadero andino, algunas de las cuales trascienden la ganadería y atañen a ciertas ideologías sobre la otredad. Es difícil, pues, no recordar los estereotipos andinos recurrentes al respecto (como, por ejemplo, la dualidad huari y llacuaz). Así, los castellanos declaran que ni sus animales ni ellos mismos podrían sobrevivir sin Extremadura. Suerte de “paraíso terrenal”, pleno de calor bueno, fertilidad y “buena gente” (p. 57), Extremadura contrasta con el pueblo propio, en Castilla, frío, oscuro y árido. Aquella es su “otra mitad cuyos misteriosos atractivos consisten precisamente en ser todo lo que ellos no son” (p. 56).

“No hay celebración… en la que no se intente recordar… las canciones… aprendidas en Extremadura. Si se les pide que canten o bailen algo de su propio folclore responden generalmente con algo de Extremadura, diciendo: “es que te va a gustar más” (p. 57).

La segunda parte del libro se abre con el artículo de P. Tomé, sobre el modo en que los antropólogos “han planteado los problemas sociales aludidos a partir de lo que han descubierto” en la sociedad rural abulense. Aunque el objetivo es expuesto con precisión, Tomé enfatiza más bien una descripción detallada de quiénes han estudiado qué y cuándo en esa región. Así, inicia su recuento con los trabajos del filólogo alemán de la escuela de Hamburgo, A. Klemm, quien escribiera la primera monografía sobre la cultura popular regional. El segundo autor que reseña es S. Brandes -autor del prólogo-, quien trabajara la continuidad y la discontinuidad social en Ávila. De nuevo, las tesis de Brandes acerca de la “viabilidad” de las comunidades campesinas -que la emigración no las desintegra, sino que las cohesiona y homogeneiza, que las moderniza y torna sus hogares en entidades económico sociales con residencia doble -, invitan a compararlas con el área andina.

Después de un sucinto análisis de otros dos autores (H. Velasco y W. Kavanagh –otro autor del presente libro-), que incide en cuestiones relacionadas con la identidad y el paso de la comunidad a la sociedad compleja, Tomé incluye, finalmente, su propio trabajo sobre la relación –tanto en Ávila como en México- entre patrones culturales y medio ambiente.

En los siguientes capítulos, la eficacia de los argumentos decae intermitentemente. El siguiente texto, de O. Fernández, parte de un proyecto europeo acerca de los problemas de los centros históricos en “ciudades medias” (como León) cuya degradación intenta revertirse convirtiéndolas en “lugares museísticos, de ocio y cultura” (p. 86). El autor hace un listado de los resultados de sus entrevistas, de corte cuantitativo (sobre la seguridad, las relaciones vecinales, la propiedad de la vivienda, el equipamiento para niños, etc.); sin que quede del todo claro si hizo o no trabajo de campo en la ciudad. El capítulo finaliza con unas recomendaciones (una “propuesta de sostenibilidad”) para la “formación cívica de los jóvenes” y una alternativa al ocio de bares y alcohol -que no está exenta de ciertos juicios de valor y generalizaciones como esta: “como humanos todos somos un poco contradictorios y queremos muchas cosas al mismo tiempo” (p. 99)-.

El último capítulo de esta parte, de B. Arnáiz, trata de los museos de antropología, sin mucho énfasis en los de Castilla y León. Después de una introducción general, encuentra tres criterios para clasificar los museos de “antropológicos”: sus objetivos (el análisis de la cultura de un grupo), las características de sus colecciones (de carácter etnográfico), o su “planteamiento museológico” (esto es, por su aproximación antropológica a una cultura). A pesar de recordar que estos museos pueden llamarse “de etnografía y folklore” o “de artes y costumbres o tradiciones populares”, parece evidente que los criterios tipológicos que usa oscilan entre una cierta obviedad y la axiología. La mera repetición de la información pública disponible, podría haber dejado paso a una crítica de los actuales proyectos museísticos (como el del debatido Quai Branly). Finalmente, si bien su recuento de los avatares de los museos antropológicos españoles acerca este trabajo al de Luis Díaz, no dialoga con aquel ni retoma su crítica.

En el primer texto de la tercera parte del libro, M. Ibáñez trata la migración búlgara a Segovia –que, en una década, pasó de alojar 9 a 3500 ciudadanos de ese país-, describiendo sus principales aspectos sociodemográficos y algunas de sus causas -con un cierto subjetivismo, como cuando alude a la  “sensación de crisis económica” (p. 142) o a la “pérdida de dignidad y significado de sus vidas” (p. 145)-. Leyendo sus abundantes datos cuantitativos y pocos testimonios, no queda del todo claro cuáles son las fuentes del autor, y se lamenta la ausencia de comparaciones con otras comunidades de emigrantes en España –al menos de aquellas que siguen también un movimiento “pendular”-. El segundo texto, de M. A. Roque, declara tratar sobre el turismo, los “internautas” y la Sierra de la Demanda –cuya ubicación sigue pareciendo algo enigmática-, sin explicitar qué aspectos de esta relación le interesan. Finalmente, el libro se cierra con el trabajo –cuyas referencias bibliográficas siguen pautas distintas a las del resto del libro- de I. Fernández. A pesar de ciertos sobrentendidos, logra transmitir su interés por una cierta sustitución de la historia por el “recuerdo” y una cierta “sensibilidad” puesta “en circulación” (p. 200) a partir del movimiento por la recuperación de la memoria histórica de las víctimas de la represión militar de 1936. Con todo, y tal como los trabajos de Ibáñez y Arnáiz, los vínculos con Castilla y León son menos evidentes que en los demás trabajos. Con cierta aparente paradoja, son los textos más ligados a esta región, aquellos que más sugerencias dan acerca de otras comarcas.

Si bien esta tercera parte es la menos sólida del libro, creemos que este no deja de ser útil para aquellos interesados en los procesos culturales contemporáneos. Para terminar, aunque sería difícil obviar las diferencias en la eficacia de los argumentos de sus autores, este libro no carece de densidad etnográfica ni de datos que bien podrían ayudar a resolver –por medio de la comparación- algunos de los problemas de la relación entre cultura y poder en el mundo iberoamericano.


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