Gazeta de Antropología, 2024, 40 (2), artículo 00 · https://hdl.handle.net/10481/94484 Versión HTML
Recibido 10 junio 2024    |    Aceptado 14 junio 2024    |    Publicado 2024-07
Presentación. Crisis rurales. Estado, mercado y comunidad
Rural crises. State, market and community. Presentation





RESUMEN
En este texto compartimos una reflexión conceptual en torno a las nociones de ruralidad y crisis que sirve como presentación de este monográfico. Nos interesa destacar que lo rural constituye un universo cultural en sí mismo, a pesar de su heterogeneidad y dinámica incesante. Y que la crisis es una forma paradójica de entender la permanencia y el cambio, firmemente anclada a nuestra perspectiva urbanormativa sobre el mundo rural. Al hacer confluir ambos conceptos podemos aproximarnos de manera compleja a las “crisis rurales” sin descuidar ninguna de sus múltiples dimensiones y aristas: alteración demográfica, pérdida de soberanía alimentaria, erosión de las relaciones comunitarias, aumento de la vulnerabilidad social (edad, género), expansión del extractivismo, déficit en comunicaciones y movilidad. A partir de aquí, podemos enmarcar las crisis rurales como resultante de la tensión permanente entre las dinámicas e intereses del estado, el mercado y la comunidad.

ABSTRACT
In this text we share a conceptual reflection on the notions of rurality and crisis that serves as a presentation of this special issue. It emphasises that the rural constitutes a cultural universe in itself, despite its heterogeneity and incessant dynamics. Furthermore, it highlights that crisis is a paradoxical way of understanding permanence and change, firmly anchored to our urbanormative perspective on the rural world. By bringing the two concepts together, we can approach the "rural crisis" in a complex way, taking into account all its dimensions and edges. These include demographic disruption, loss of food sovereignty, erosion of community relations, increased social vulnerability (age, gender), expansion of extractivism, communication and mobility deficits. From this perspective, rural crises can be understood as a result of the permanent tension between the dynamics and interests of the state, the market and the community.

PALABRAS CLAVE
crisis | ruralidad | estado | mercado | comunidad
KEYWORDS
crisis | rurality | state | market | community


“Rural” y “crisis” son dos conceptos ampliamente contestados. Resultan tan polémicos y discutibles en el ámbito académico como evidentes en la cotidianidad de los medios de comunicación o el debate político. Por eso merece la pena reflexionar, aunque sea de manera sucinta, en torno a ellos.

No podemos entrar aquí en el largo y profundo debate académico sobre la definición de la ruralidad (Nelson y otros 2021). Pero tampoco podemos pasar sobre él como si no fuera un elemento central para nuestros intereses de investigación. Las definiciones descriptivas de lo rural, aquellas que focalizan en índices y estadísticas para delimitar aquello que puede o no considerarse rural, siguen teniendo tanta utilidad (para la delimitación, la intervención, las decisiones…) como evidentes limitaciones conceptuales (Nelson y otros 2021). Por su parte, las aproximaciones socioculturales, aquellas que procurar determinar los rasgos, pautas y patrones de lo rural, adolecen a veces de la concreción que requieren el deseo cartográfico y las necesidades de clasificar. Lo rural no puede entenderse sin el contraste con lo urbano, pero no podemos caer en una simplista categorización dicotómica. El mundo —por más que desespere al cuantitativismo radical— no es digital sino analógico, y lo más acertado, desde el punto de vista práctico, será siempre manejar un flexible continuum rural/urbano en el que podamos colocar los casos concretos de nuestra atención y estudio. Pero más allá de estos ejercicios cartográficos, lo que aquí nos interesa como marco de nuestras investigaciones, es que lo rural constituye un particular contexto socio-cultural, aunque no sea fácil argumentarlo y sostenerlo. ¿Quién dijo que la realidad se deja atrapar fácilmente por definiciones y conceptualizaciones? 

La ruralidad tiene un indudable carácter discursivo, fruto de una construcción social que no puede entenderse homogénea para todos los espacios rurales (Halfacree 1993, Woods 2009). Lo rural es resultado de una representación social que tiene un efecto indudable sobre su propio funcionamiento (Halfacree 1993) en tanto en cuanto los discursos de lo rural se materializan en prácticas y políticas. Pero ese carácter discursivo no puede negar que lo rural “existe” más allá de los discursos que lo representan, entre otras cosas porque se configura en espacios locales en los que confluyen procesos globales (McAreavey 2023) marcados por relaciones de poder. Y sobre todo porque, a pesar de su diversidad y dinamismo, lo rural constituye una constante a través del tiempo (Van der Ploeg 1997). Por eso, lo rural es un concepto inherentemente escurridizo, ya que pretende encerrar y explicar una realidad no solo cambiante, sino heterogénea, en medio de un mundo urbanormativo que ha dominado históricamente el campo desde la ciudad (Fulkerson y Thomas 2019).

Partimos de la premisa de que la ruralidad constituye un universo cultural en sí mismo, un posicionamiento del que estamos tan convencidos como dispuestos a debatir y matizar en la medida en que las evidencias lo aconsejen. Pero que en estos momentos consideramos muy útil para la reflexión y el estudio de una parte importante de la realidad geográfica, social, económica, política e ideológica de la humanidad. Lo rural tiene expresiones muy diversas a lo largo del mundo, siempre en torno a actividades de co-producción humano-naturaleza (Van der Ploeg 1997) que trascienden cada vez con más frecuencia la agricultura, la ganadería o la minería. El mundo rural ha tenido su funcionalidad en la producción de energía (en todas sus variables, incluida por supuesto la alimenticia) para el funcionamiento de las ciudades (Fulkerson y Thomas 2019). Más recientemente ha pasado, en muchos lugares, de configurar espacios de producción a espacios de consumo (turístico, entre otros) en una suerte de post-ruralidad (Murdoch y Pratt 1993) o extractivismo suave.

Para encarar la particularidad de lo rural necesitamos una propuesta conceptual compleja y dinámica como las que nos ofreció en su momento van der Ploeg (1997). Para este autor, lo rural es el resultado de la articulación heterogénea de una serie de procesos, circunstancias y fenómenos que lo configuran como ámbito sociocultural específico. 

Entre esos elementos definitorios cabría destacar: (1) la lógica artesanal (craft) como perspectiva productiva diferenciada y complementaria de la lógica industrial, se trata de una relación particular en la coproducción humano-naturaleza, de cercanía e identificación; (2) lo doméstico como estructura fundamental de producción que se vincula y distancia, al mismo tiempo, del mercado; (3) ciertos grados de autonomía en la toma de decisiones que facilita esa perspectiva artesanal como lógica productiva frente a la hegemonía de los procesos industriales; (4) capacidad para la pluriactividad y su constante innovación; y (5) agencia como capacidad estratégica que se sustancia en la habilidad para combinar lo local y lo global. Todos estos elementos y mecanismos (no exclusivos ninguno del mundo rural) producen y reproducen, en su articulación, la ruralidad, de maneras diferentes según la combinación y el grado de desarrollo entre ellos, generando una ruralidad heterogénea y cambiante, pero que puede ser identificada y diferenciada del mundo urbano. 

La creciente urbanormatividad (Fulkerson y Thomas 2019), en lo que implica de homogeneización y modernización, erosiona todos estos elementos y mecanismos, pero la ruralidad no desaparece, entre otras cosas por la capacidad de maniobra del mundo rural. Esta resistencia, en la que nuevas actividades como el turismo o la economía de los cuidados pueden tener un papel muy relevante, constituye un reto para su estudio (Chio 2017, Elizalde-San Miguel y Díaz-Gandasegui 2016). Es evidente que gran parte del mundo rural se ha transformado de un lugar de producción a uno de consumo, sobre todo en el norte global (McAreavey 2023), y que es creciente la presencia de un cosmopolitanismo rural, con el consiguiente desafío que supone su integración (McAreavey 2023). Pero mientras que las fronteras que distinguen lo rural de lo urbano tienden a difuminarse, es igualmente obvio que la diferenciación entre ambos mundos se mantiene, a pesar de la incesante transformación tanto de lo urbano como de lo rural (Cloke 2006).

Por su parte, la crisis nos sitúa ante una controversia ontológica difícil de superar. Hablar de crisis implica siempre un posicionamiento entre la continuidad y el cambio, una forma implícita de asumir la permanencia que entiende el cambio como anomalía, como una circunstancia excepcional en un mundo que se imagina estable a menos que concurran alteraciones o desestabilizaciones ajenas al normal devenir de las cosas. Estamos en crisis porque asumimos que nada inesperado debería acontecer, la crisis es la consecuencia de un conjunto de trasformaciones que conducen a un cambio sustancial del sistema o estructura que estamos considerando. Pero, si pensamos que el cambio y la transformación son inherentes al mundo y la vida, y no una anomalía, no tendría mucho sentido hablar de crisis, ya que el estado de crisis sería el estado natural de las cosas: siempre en permanente e incesante cambio. Pensar en clave de crisis es en cierta medida una manera muy particular de entender la realidad, en la que la estabilidad y no el cambio parece ser el estado natural del mundo. Cualquier sistema está sujeto a tensiones permanentes, su aparente estabilidad y serenidad es más un espejismo epistemológico que una realidad ontológica. Crisis, más que cambio como tal, parece denotar una naturaleza específica del cambio, un cambio no esperado o no deseado, un cambio que incomoda o que queremos usar para problematizar aquello que está cambiando. Hay muchas cosas que cambian y no las consideramos en crisis; sin embargo, otras sí. ¿Por qué?

No es baladí que lo rural se considere en “crisis”. En primer lugar, supone que nos sorprende su transformación porque presuponemos que debería permanecer con una determinada configuración. En definitiva, no asumimos que cambie. ¿Es que lo urbano no cambia? ¿no cabría considerar al mismo nivel la crisis urbana? Lo urbano evoluciona, innova… lo rural está en crisis… Yuxtaponer sistemática y recurrentemente crisis a rural no es más que una manera de connotar negativamente o problemáticamente lo rural, subrayar una inquietud no positiva del mundo rural: cambia de manera sustancial y, lo más importante, no nos parece bien ese cambio. ¿Qué suponemos que habría de sucederle? Pensemos por un momento que mucho de lo que se identifica “en crisis” podría igualmente considerarse “en evolución”, y qué distinta apreciación supone uno u otro calificativo.

La crisis se ha convertido en la manera crónica de considerar lo rural como señaló con mucho acierto Camarero (2009). En el fondo todo ello no es más que una muestra de la quintaesencia urbanormativa (Fulkerson y Thomas 2019) de considerar lo rural. Asociar de forma acrítica y recurrente crisis y rural dice mucho sobre nuestra manera de entender lo rural: lo ajeno, diferente y afectado por cambios radicales, por tanto, algo problemático. Crisis es una forma de pensar lo rural. Tanto lo urbano como lo rural tienen problemas y disfunciones, ¿por qué solo es crítica, o fundamentalmente crítica, la situación del mundo rural? En la urbanormatividad está la respuesta, una respuesta que no debe ser paralizante o nihilista, sino consecuente con un marco de relaciones de poder y dominación que nos ayuda a contextualizar lo rural en el mundo contemporáneo.

La consideración de todas estas apreciaciones constructivistas y políticas sobre la crisis en referencia a lo rural parecerían recomendar que obviáramos el uso de esta noción. Sin embargo, hay condiciones materiales que justifican ese proceso permanente de cambio, acentuado o atenuado en determinados periodos, y manifestado de distintas formas en la amplitud del mundo de lo rural. Crisis refleja bien ese estado subalterno y dominado que siempre tuvo el campo frente a la ciudad (Fulkerson y Thomas 2019), como de permanente adaptabilidad ante la también incesante transformación que experimenta el mundo urbano desde su surgimiento. Por eso para paliar en cierto sentido esa connotación excesiva de la crisis en singular, quizá sea más apropiado usar el término en plural, y pasar de la crisis rural (rotunda y homogénea) a las crisis rurales, heterogéneas, procesuales, variadas y que vienen a identificar, ahora sí, un estado permanente de transformación, rejuego, reformulación y cambio, propios del mundo rural en su carácter profunda e históricamente subalterno. Queremos, después de haber hecho todas las salvedades y desconstrucciones anteriores, reivindicar la crisis como una forma discursiva de entender el cambio, la evolución y el devenir de lo rural, uno de sus elementos estructurales o crónicos (Camarero 2009). Atendiendo a la profusa bibliografía sobre el tema, proponemos focalizar esas crisis a través de diferentes dimensiones convergentes:

1) La alteración demográfica que va de la emigración selectiva a la más profunda despoblación, y que conlleva envejecimiento y masculinización; y, sobre todo, la emergencia de unas generaciones soporte (Camarero 2009) cuya dinámica debe servirnos de indicador estratégico para comprender gran parte de las crisis rurales en todo lo que tiene que ver con la producción y reproducción de lo rural.

2) La pérdida de soberanía alimentaria con lo que implica tanto a nivel de la configuración de los socioecosistemas y sus elementos bio-físico-socio-culturales, las consecuencias económicas de una dependencia monetaria absoluta, como la transformación de las más íntimas relaciones de los rurales con el entorno y los alimentos que redunda en la pérdida de saberes y prácticas locales.  

3) La erosión de las relaciones comunitarias en todos los sentidos y direcciones, la difuminación progresiva de una forma de relacionarse y de estar en el pueblo, con lo que ello conlleva desde lo sociopolítico a lo lúdico, y sus consecuencias en la construcción de apegos e identidades. Esta erosión se puede dar tanto por despoblación como por nueva población.

4) El aumento de la vulnerabilidad social en relación al género y la edad, o en el acceso a los más variados recursos y servicios, que debilitan las capacidades y oportunidades de la población rural.

5) La expansión del extractivismo y sus nuevas formas (acentuación industrial de la producción agroganadera, aparición de un agresivo sector energético, ciertas formas de desarrollo turístico) que además de alterar las formas habituales de relación entre humanos y entorno propician nuevas formas de deterioro biofísico. 

6) El creciente déficit en comunicaciones y movilidad que lastra a la población que permanece en el mundo rural, de forma muy distinta si son niños, jóvenes o mayores: deben considerarse desde dificultades puramente físicas a tecnológicas. Para todos ellos (incluyendo adultos) suponen una barrera a veces infranqueable para moverse física o virtualmente.

Pero no sería lógico que junto a todas estas dimensiones de las crisis rurales no identifiquemos que esa misma situación crítica ha generado también oportunidades. El mundo rural no se entiende hoy sin una dosis cosmopolita inusual, sea por la propia vinculación de sus habitantes con el mundo global y los periodos de residencia en la ciudad, sea por la llegada como flujo estructural de forasteros de toda índole, desde emigrantes económicos a neorrurales o amenity migrants que adquieren un protagonismo estratégico para comprender el dinamismo de estas poblaciones en crisis. Asimismo no podemos obviar que las administraciones, con distinto acierto o intensidad, se han ido volcando sobre algunos aspectos de la crisis rural: (1) propiciando incentivos y financiación para el desarrollo de ciertas actividades económicas (artesanías, alimentación, turismo…) junto a una dificultad creciente para el desarrollo de otras clásicas en el mundo rural (agricultura y ganadería extensivas) y (2) facilitando accesos privilegiados a ciertos servicios de proximidad y cuidados, al tiempo que se hace casi inviable el acceso a otros servicios especializados para los que parece que el mundo rural sencillamente no existe. Por último, es necesario tener muy presente el florecimiento de nuevas actividades que hasta hace unas décadas eran ajenas a muchos de nuestros pueblos, entre ellas y de manera muy desatacada el turismo que hoy por hoy pasa por ser ya una actividad inherente a lo rural. En cualquier caso, lo que parece evidente es que no podemos simplificar la crisis rural, y mucho menos reducirla a una mera crisis demográfica, como parece imponerse en foros políticos y medios de comunicación (Camarero y otros 2023).

En el contexto de esos procesos críticos y de estas oportunidades, la crisis rural se manifiesta ante todo en vulnerabilidades, que de nuevo son más difícilmente comprensibles a cuenta de una urbanormatividad que construye al mismo tiempo tanto el idilio como el atraso rural, y que produce una visión de la ruralidad como un mundo sin problemas sociales y en última instancia como una mera extrapolación de problemas análogos a los de la ciudad. Ni los espacios rurales pueden ser concebidos, en esencia, como espacios exentos de vulnerabilidad y exclusión social; ni se puede hablar de un único espacio rural, sino de múltiples espacios rurales cuya configuración también afectará a estos niveles de vulnerabilidad y exclusión social. En este sentido son diversos los estudios que están rompiendo esa idea idílica rural (Alonso 1998, Cabero y otros 2011, Sotomayor-Morales 2012, Ayala y otros 2021), señalando los posibles factores de vulnerabilidad y exclusión que se están desarrollando en estos territorios para sacarnos en la medida de lo posible de la incomprensión analítica de los problemas en el mundo rural y de los déficits de las políticas públicas. Lo fundamental en este campo es generar una visión particular de las vulnerabilidades rurales, que en cierta medida difieren de las vulnerabilidades urbanas, sobre todo en lo que tienen que ver con una definición casi exclusivamente material, condicionada por una estadística de los ingresos monetarios formales, y unas formas de medición que no encajan con la realidad del mundo rural. La vulnerabilidad rural está mucho más marcada por aspectos como la soledad, el envejecimiento y los problemas de movilidad.

En este número monográfico queremos encarar todos estos retos para comprender lo rural y sus crisis. Para ello, además de configurar un marco teórico lo suficientemente sólido, tanto en cuanto a qué significa lo rural como en lo relativo a considerar adecuadamente esa crisis que se le atribuye, hemos optado por centrar nuestra atención en la confluencia de los tres actores principales de los territorios rurales: el estado, el mercado y la comunidad. Esta estrategia analítica nos ayuda a entender los espacios rurales inmersos en un flujo de transformación, resistencias e intereses heterogéneos, y atravesado por particulares vulnerabilidades.

Los casos que se tratan aquí son ciertamente heterogéneos, diversos, a veces paradójicos, llegando a ser casi antitéticos. Pero en todos ellos se muestran diferentes caras de esas crisis rurales en España y asimismo encrucijadas, explícitas o implícitas, del estado, el mercado y la comunidad que nos revelan, en sus múltiples configuraciones, causas y consecuencias de la situación del mundo rural en España. En los estudios que componen este monográfico vamos desde el protagonismo del estado al de la comunidad pasando por circunstancias en las que el mercado procura imponerse a esos otros dos actores aparentemente más legítimos. No obstante, veremos que como no puede ser de otra manera, los tres están presentes allá dónde queramos comprender la ruralidad. Síntomas de las crisis, intervenciones para paliarlas, todo se mezcla: lo que lo pretende arreglar se convierte en problema…, el problema emerge en un determinado momento como oportunidad… 

Las dinámicas rurales en España se presentan como un rejuego ambivalente que nos muestra la verdadera naturaleza escurridiza y compleja tanto de las ruralidades como de sus crisis. Los diferentes autores que han contribuido en este monográfico nos muestran ese caleidoscopio rural llevándonos del turismo a la energía, de los cuidados a la seguridad, de la política pública a la acción colectiva, del decrecentismo al desarrollo económico… Con todo ello esperamos avanzar en la comprensión de las crisis rurales en España.


 

Notas

Queremos dar las gracias a todos los colaboradores de este monográfico por atender con entusiasmo nuestra invitación a compartir los resultados de sus investigaciones. Asimismo, agradecer la labor de Gazeta de Antropología, siempre abierta a la difusión del conocimiento y a propiciar el debate. Nuestra labor de coordinación y la reflexión teórica que sirve para introducir este monográfico se han realizado en el marco de los proyectos “Servicios sociales comunitarios ante la crisis rural en Andalucía” financiado por la Junta de Andalucía [PROYEXCEL-000124], y “Turismo de base local y crisis rural” financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación [PID2021-123158OB-I00].


 

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